jueves, 22 de noviembre de 2007

Vocación Social

Amigos, les dejo esta pelá de cable. Un homenaje a los nunca bien ponderados escaladores. No se la tomen muy enserio...

Un necroictiófilo recién llegado del viejo continente, muy ofuscado, se empeña en encontrar a alguna persona a costa de la cual saciar sus deseos filantrópicos. No es que aquella persona deba cumplir rigurosamente un atado de normas y condiciones para que el necroictiófilo pueda llevar a cabo su solidaria misión, simplemente sucede que nuestro amigo el necroictiófilo no está en su día, no encuentra la inspiración, y si bien percibe el tránsito de cientos de peatones que pasan por la esquina de Lyon con Providencia, no alcanza a percatarse de que podrían ser potencialmente la solución, la respuesta que entibiara sus anhelos de humanidad. Vencido, el necroictiófilo se retira y desaparece entre multitud de maletines, celulares y diarios de la tarde. No se sabe nada de él por espacio de cuatro o cinco días.
El necroictiófilo regresa a la esquina de Lyon con Providencia, esta vez convencido de que en el esfuerzo y la perseverancia yace camuflada la tranquilidad de sus anhelos. El cambio de mentalidad de nuestro amigo el necroictiófilo consigue rápidos dividendos y en cosa de veinte minutos, el necroictiófilo paga la micro de dos estudiantes, una pareja de dudosa sexualidad y siete oficinistas de baja jerarquía. En las siguientes dos horas, nuestro amigo el necroictiófilo ayuda a tres ancianas y dos ciegos a cruzar la ajetreada y ancha Providencia; previene a un grupo de vendedores ambulantes de libros pirateados de la llegada inminente de funcionarios fiscalizadores; impide el asalto a una joven actriz teatral y haciendo gala de sus dotes atléticos, taclea a otro lanza que corre a toda velocidad con la cartera de una dama ya entrada en años bajo el brazo. El necroictiófilo declara en la fiscalía tercera de Ñuñoa a favor de un electricista que mató a cinco perros vagabundos en defensa personal. También declara en la Sociedad Protectora de Animales como testigo en contra de una niña que tras una pataleta, ha dejado tuertos a dos mandriles en el zoológico metropolitano.
Exhausto e inmensamente feliz, nuestro amigo el necroictiófilo se retira y desaparece entre multitud de maletines, celulares y bocas abiertas.
Nuestro amigo el necroictiófilo regresa a "la oficina" con las primeras luces del día y al final de la mañana ha llenado tres bolsas y fracción de colillas de cigarro. Por la tarde, luego de llevar al hospital a una adolescente con crisis de pánico y a un comerciante que cayó en shock por razones desconocidas, decide tomarse un descanso de seis minutos y medio para cavilar y filosofar sobre su futuro. Se le ocurre que su servicio social evolucionaría a un nuevo nivel de humanidad si pasara las noches recorriendo las calles de Providencia y Bellavista ayudando a jóvenes borrachos que evidencien algún grado de desorientación, a llegar sanos y salvos a sus casas. Una noche, en plena faena de rescate, recibe una golpiza por parte de un grupo de vendedores ambulantes de rasgos antisemitas.
Una semana después, nuestro buen amigo el necroictiófilo ha entablado graciosas amistades con tres carabineros de la séptima comisaría de Providencia, un comerciante de papayas y un centenar de jóvenes que le han prometido suculentos regalos en dinero y ropa (y ha hecho encarcelar a por lo menos cuatro vendedores ambulantes de especies robadas o falsificadas).
Nuestro amigo el necroictiófilo, hace buenas migas con el alcalde, quién le ofrece un puesto en la Corporación Pro-Videncia, una entidad que busca desarrollar la vida cultural y deportiva de la comuna, y a su vez, alejar a los jóvenes de las drogas y la delincuencia y brindarles apoyo sicológico y asesoría laboral.
Se dispone a dirigir un club deportivo enfocado a jóvenes deportistas con paranoia y/o trastornos maniacos depresivos, en sus divisiones de fútbol y fábrica artesanal de cerveza (si bien nuestro amigo el necroictiófilo se pregunta qué es lo que tiene esta última actividad de deportiva). El éxito de sus dirigidos en la liga de fútbol especial del sector oriente de la región metropolitana, y el estrepitoso fracaso de sus cervezas artesanales en el cuarto festival de la cerveza especial de Villa Alemana, más su incansable voluntad de mejorar la calidad de vida de las personas -ya no de esta comuna de la capital, sino de fronteras más ambiciosas- (y el renombre que dos meses de servicio social pueden lograr), lo llevan a dirigir un emergente conjunto de fútbol de la tercera división.
El trabajo con su equipo rinde frutos, pero es extenuante, y nuestro queridísimo amigo el necroictiófilo está muy cansado de los largos periplos nocturnos, por lo que decide renunciar a su labor solidaria en las calles de Providencia y Bellavista por las noches (además, en su opinión, los jóvenes han madurado mucho en este tiempo, fruto de las charlas y consejos que les ha brindado, y no cree probable que estos vuelvan a beber alcohol en exceso).
Luego de reponerse de una pequeña crisis vocacional quizás provocada por la caída de su equipo en los cuartos de final del campeonato o por el incremento en las tasas de delincuencia en las comunas de Providencia y Recoleta, nuestro querido amigo el necroictiófilo se convence de que en la perseverancia y la resiliencia yace camuflada la trascendencia y la inmortalidad, y decide que quiere ganar la Copa Libertadores. Con este nuevo determinismo, y la loable manera en que logra traspasar éste al rendimiento de su equipo (ya ascendido a primera división), se le ofrece un contrato por cuatro años como director técnico de la Selección Nacional de fútbol. Él acepta, bajo la condición de que se le permita llenar al menos doce bolsas de colillas de cigarros por mes.
Nuestro querido amigo el necroictiófilo clasifica a Chile al Mundial de Sudáfrica, lo gana y se le ofrece la nacionalidad por gracia. Comienza una brillante carrera política, es elegido presidente y logra el desarrollo para Chile en el año 2018, que según él, es la verdadera fecha en la que se cumple el bicentenario de la independencia; por el contrario, habría obrado de otra forma a lo largo de su vida para alcanzar el desarrollo de Chile en el 2010. Podría haber adelantado su establecimiento en Chile o incluso podría haber adelantado la fecha de su nacimiento en las lejanas tierras visigodas.
Nuestro presidente el Necroictiófilo, luego de una serie de coimas escandalosas a gran parte del Senado, cambia en forma radical la constitución y se atribuye poderes ejecutivos, legislativos y judiciales, los que más tarde evolucionarían en atributos divinos. Nuestra Alteza, el primer dios madurado en Chilito, promueve con alevosía la migración de cientos de colonias Necroictiófilas, para que colonicen las farmacias del país. Tras una cantidad considerable de medidas populistas, quizás respondiendo un poco a su viejo sueño filántropo, su Majestad el Necroictiófilo cierra las fronteras y pidiendo ayuda a la comunidad Necroictiófila asentada en Chile, comienza el holocausto más grande del que haya sido testigo el mundo moderno, asesinando a sangre fría a diez y ocho millones de chilenos, sólo dejando con vida a una minoría con fines administrativos, para puestos de baja jerarquía, o con la finalidad de utilizarlos como mano de obra en sus más diversas empresas; desde los fervorosos trabajadores que demanda la producción masificada de jabón y toda clase de productos cosméticos hechos a base de salmones y corvinas muertas, hasta los dedicados científicos que requiere su programa de manipulación genética en atunes de Isla de Pascua, con el fin de lograr la perfecta cruza entre la raza Necroictiófila y el desarrollado pez otrora enlatado.
El Emperador del Universo, nuestro querido amigo y colega de rasgos mesiánicos, el Gran Necroictiófilo del Tiempo y el Espacio decide que ha cumplido su misión, y se sienta en un escritorio enchapado en oro y pescados muertos. Escribe su biografía en dos páginas de literatura mediocre y desestilizada, y decide regresar al viejo continente, donde sus aventuras se mantienen en el top five de las listas más prestigiosas de Barcelona hasta el día de hoy.



Por si no lo saben, del latín, necro significa muerte, ictio significa pescado y filia, gusto o pasión.

viernes, 16 de noviembre de 2007

La mejor juventud

"Ahora sólo podía esperar que se le pasara la resaca."


Como escapando del asedio de un demonio, a quién trataba de esquivar en convulsas piruetas sobre la almohada y la cama (gracias al cual podría decirse que el sueño fue en vano, intranquilo), abrió los ojos, inmersos en aquel caos de chaquetas, camisas, cuadernos, papeles, billeteras y difusos recuerdos conservados en alcohol. Dormía con ropa. Levantó la cabeza y el cuerpo brevemente, como para tantear tímido un campo minado, y en pocos segundos cayó ingrávido sobre la cama y la almohada. Aún estaba mareado, tragó saliva y casi vomitó del asco al sentir el dulzón saborcillo del ron impregnado a su garganta. En un esfuerzo titánico, se puso de pie de golpe, se aventuró hacia la puerta, se colgó de la manilla, y dejó la puerta abierta para ventilar la pieza (a su madre no le gustaba sentir el ácido olor a trago fermentando en ninguna habitación de la casa, es una casa decente). Decidió prolongar su odisea por el pasillo hacia el baño, hasta al espejo que le revelaría gentil su patética imagen. Se mojó la cara con ambas manos, tomó una aspirina y optó por volver a su malograda guarida cuanto antes. Pensó que ya no podría dormir, con la caña, el ruido de la casa y todo, y prefirió tocar algo de guitarra tapado por las sábanas hasta al pescuezo. A los pocos segundos, se arrepintió de haber tomado la guitarra, y prefirió mantenerla como un simple estorbo curvilíneo entre su cuerpo y la pared, cual si fuera esa deseada mujer que jamás había puesto un pie en aquella cama.
Lentamente la resaca florecía, interrumpiendo un par de cortos episodios de sueño liviano y percepción alterada, los que lo mareaban infinitamente. La resaca florecía ya no tan tímida, sino como brutal flor primaveral, reclamando su cuerpo, quizás aún su alma (pacto con el diablo)… primero su estómago en truenos y tifones, luego su esófago en oleadas de acidez, la garganta en cascadas de saliva que lo mantenían visitando el baño con urgencia a vomitar lo poco y nada que de la noche anterior aún se mantenía llenando su estómago, y la cabeza, clavándole cientos de agujas frías y largas en la frente, atravesando impávidas el cráneo, de un solo crujido las meninges y penetrando suaves la materia gris como si fuera mantequilla (el desayuno).
Sólo la inoportuna visita de una tía y su consiguiente saludo desde el pasillo a su lecho de muerte le recordaron que había olvidado cerrar la puerta, dejándolo en vitrina, como a un mono en una jaula (concurrido zoológico). Balbuceó unas palabras en respuesta y dobló con fuerza la almohada contra su cara, apaciguando en alguna medida el infierno que se vivía en su cabeza y su estómago vacío. Los ataques de vómitos aún persistían pero pasado el quinto o sexto de dichos ataques, comenzó a hacerles caso omiso y se contentaba simplemente con eructar esperando resignado que no escapara algún residuo rebelde de bilis por su boca cristalizada.
Seguía borracho, tenía que ir a misa, le gritó a su madre que no iría, que estaba cansado, buscó el sueño (o la inconciencia) durante algún rato más hasta que encontró media hora de tregua entre las doce y las doce y media.
El sueño (sí, soñaba) se mezclaba con las dudosas percepciones de unos ojos parcialmente cerrados, en un desenfrenado frenesí surrealista que terminó por asustarlo y echarlo a patadas de la cama hasta la ducha.
El asado transcurrió de manera casi normal con el detalle de que no probó bocado y fue blanco de las burlas de sus primos mayores y algunos sagaces primos menores durante gran parte de la celebración. A la hora de los postres recuperó algo de su apetito y se sirvió mucha fruta y helado de vainilla, con un cierto orgullo, sintiendo gota a gota ese pequeño atrevimiento bajar por su garganta (al fin no más ron) que calló (menos mal) el “te tomaste hasta el agua de los floreros” que se disponía a salir de la boca de un tío bueno para la talla.
Se despidió victorioso de todos y le dijo a sus padres que iría al cumpleaños de un amigo, sí, una completada en su casa, sí, los papás iban a estar (estoy cansado de que me traten como a un pendejo), no, no vuelvo hasta la noche.

Seis de la tarde y se destapaban botellas de cerveza brindando entre hot-dogs imaginarios y un asado de vidrio. Seis y cuarenta, nuevas botellas desfilaban, eso era el paraíso, demasiado tiempo alejado del cobijo que proporcionaba esa leve embriaguez, las carcajadas, los amigos, las bromas y las siete veinte y los discursos, los aplausos, se acabó la cerveza, no importa hagamos hora para abrir los destilados, y eso que todavía no empezaba la lluvia de declaraciones grandiosas, las revelaciones, uno que otro lloriqueo. Esos se escupían con dos piscolas encima.
Las nueve y cinco y hora demás para comenzar la parte interesante de todo este asunto, demostrar la hombría con el pasar victorioso de cada vaso, algunos “on the rocks” , otros apenas teñidos por cocacola, cada uno a su ritmo y las diez y un abrazo entre los cabros que los quiero tanto, el sonar de campanas de cristal y el vaso al piso, pero no importa queda un tercio de botella y sucumbió el primero que yace al fondo de la piscina (tranquilos, está vacía, suerte que no empieza aún la temporada estival, aunque un poco de agua amortigua bastante bien las caídas). No le pasó nada, sólo una rodilla pelada y le va a salir un chichón y parece que estoy soñando entre dos brazos de mujer y una percepción alterada, me marea hasta el infinito pero no importa, me dejo conducir, me obligan a vomitar, me causa gracia cómo la conciencia se aleja y no vomites la cama huevón por favor, si es un rato nomás, cuidado yo le pago al taxista, mañana arreglamos cuentas y fin de transmisiones.

Despertó intranquilo, le pesaba la conciencia y se le veía notoriamente sofocado por el frenesí (la embriaguez y los sueños en plena cópula), su mente en blanco, (la puerta cerrada) la guitarra contra la muralla sería la única mujer cercana a sus piernas por mucho tiempo más y el sabor dulzón del ron frente a los papás (¡y este olor a trago!) (¡Esta es una casa decente!) Te cachamos (es martes pos huevón). Castigado.




domingo, 21 de octubre de 2007

Cinco y un desaparecido

Otro cuento...

Con trabajo y alevosía me bajé de aquel auto y cerré la puerta, cuidando, quizás en forma desmesurada, de no arruinar la interpretación de mi personaje y su fingida sobriedad, eso si, antes me despedí efusivo de aquella alma caritativa que se había detenido en un semáforo lejano, sintiendo quizás compasión por mi pesado caminar nocturno y ofreciéndome acercarme un poco a mi casa. Gente como ella falta en este mundo, sobre todo a estas horas de la noche – pensé mientras caminaba los helados metros desde el puente a la vereda de Santa María, lugar que había seleccionado para esperar la milagrosa aparición de otra alma caritativa sobre cuatro ruedas. Hacía frío y yo había salido como si fuera una noche de verano. Iba a caer a la cama enfermo y me lo merecía.
Ya habiéndome instalado, si es que levantar mi brazo y mi pulgar derecho hacia la calle puede llamarse una instalación, pasó un meche, el cual, envuelto en una frenética carrera y haciendo sonar el motor al límite de sus revoluciones, dudo que se haya siquiera percatado de mi solitaria existencia. – Hijo de puta –pensé con rabia. Ojalá choques por andar así de copeteado y alumbrando tu súper auto último modelo. El auto en cuestión dobló en la siguiente esquina, frenando de súbito, y quemando la goma de sus poderosos neumáticos, aceleró raudo hasta que se perdió de vista. –Qué imbécil –dije entre balbuceos cuando no lo vi más.
Por espacio de unos veinte minutos no hubo auto, moto, camello, peatón o trineo que se asomara amistoso desde el puente hacia mi paradero, o al menos mis ojos… que a esas alturas se cerraban ya solos, pesados y en franca rebeldía hacia mis intenciones de llegar a dormir a mi querida cama y de no conformarme con el asilo de la fría vereda… mis ojos no percibieron movimiento de objetos por el estilo.
– Quizás me convenga caminar hacia mi casa nomás, total a este ritmo…No alcancé a terminar de pronunciar aquellas palabras cuando aparecieron de la nada dos luces amarillas y un bocinazo que casi me bota de espaldas al piso.
– ¡Súbete huevón! –se escuchó una voz familiar mientras se bajaba el vidrio de la ventana del auto. Atiné a dar una fugaz inspección al auto y sus ocupantes: estaba lleno, a lo que rápidamente se apretaron un poco y me hicieron un espacio en la fila de atrás. Al fin me subí y cerré la puerta en forma algo estrepitosa; esta vez no pretendía fingir sobriedad. –Toño, ¿qué haciaí parado ahí a esta hora? –vociferó Pancho, casi imperceptible entre los gritos de los demás y el volumen altísimo de la música. – ¡Tení una suerte impresionante huevón! –agregó desde el asiento del copiloto su hermano. –Sí, es verdad… gracias por parar, en serio se pasaron. –fue lo único que se me ocurrió responder. – ¿Vai pa’ tu casa no? –preguntó Pancho. Asentí con la mirada. Quién lo diría, los hermanos Nuñez me habían rescatado de una caminata de pronóstico incierto, y por enésima vez me llevaban a mi casa.
– Pa…parece que alguien me quiere vivo y me cuida caleta –dije por decir algo. – No seai mamón huevón –respondió el mayor de los Nuñez. Esta vez opté por el silencio y simplemente dejé la mente en blanco.
– Hace calor acá adentro –dijo alguien. En la radio del auto sonaban los Doors y el auto avanzaba bastante más ágil de lo que me hubiera gustado, cuadra tras cuadra, entre carcajadas, bromas y pura jovialidad. …La cagó pa’ estar buena esa mina, la Feña…sí huevón te juro que la próxima vez que la vea me la agarro. Vo po’, al que le va mejor con las minas…demás huevón, si te la jugai… –dije como por inercia... y entre carcajadas, cada cahuín y pura jovialidad, llegamos al cruce de mi calle con Santa María. Dije que mejor me bajaba ahí, entre carcajadas, que mi casa quedaba muy cerca y que el camino hacia Lo Barnechea por mi calle era un poco más largo que si seguían derecho. –Tú estai loco que te vamos a dejar sólo así como estai… ay si no estoy tan mal huevón, con suerte, un poco más borracho que tú… quién sabe si te violan en la esquina y ni te dai cuenta. Mira que estos barrios son re peligrosos, dijo alguien irónico, posiblemente yo. Y entre carcajadas…te llevamos a tu casa.
– De nuevo gracias cabros. Les debo un favor.
Cuando llegamos a mi casa me bajé del auto tranquilamente, les di las gracias por novena vez y miré cómo el auto que había salvado mi noche y quién sabe si algo más, se alejaba trepando por la Gran Vía hacia Lo Barnechea, hasta que pasó la curva y no los vi más. – Uy…que lata, se me quedó la chaqueta en el auto, puta madre tenía la billetera ahí…bueno me la pasará Pancho el lunes. Y de nuevo estaba ahí, esa satisfacción, esa sensación que había soñado durante horas, mi cama al frente mío y yo dentro de ella, dejando atrás el ruido, la calle, el frío y la maldita vereda una vez más…¡anda más lento huevón que puede venir un auto en contra y nos vai a matar a todos! Me sumergí gustoso en la muerte del sueño, en el juego de apagar la vida por algunas horas. Venga la amnesia, era lo mejor que me podía pasar en este momento…– ¡Fele! ¡Fele responde! ¡Pancho! ¡Germán! ¡Despierta imbécil! Mierda, no pueden hacer esto, ¡no huevón aguanten! ¿Qué hago? ¡Mi cabeza!... El confort corría como un tibio licor por mis venas hacia los rincones más olvidados de mi cuerpo, hasta que terminó por embriagarme y sucumbí feliz.
…¿Viste las noticias? ¿Lo del accidente en la Gran Vía? Sí. Un mercedez contra un 206. Qué pena más grande, y tan jóvenes los chiquillos. Qué tontera, matarse por el carrete, el trago y la imprudencia. Sí, fueron cinco y un desaparecido. Y fue acá, pasada la curva. Ay que miedo me da por el Toño, cuando sale en la noche, no tengo idea cómo se vuelve. No es tan idiota, se volverá en taxi, siempre anda con plata, o por último él sabe que nos puede llamar. Sí, tienes razón. Hablemos en la cocina que podemos despertarlo…

sábado, 6 de octubre de 2007

Para andar en bicicleta

En honor a Cortázar y su célebre Manual de instrucciones, les dejo este pequeño manual explicativo para andar en bicicleta, en una ciudad ajena y hóstil para los dos pedales como lo es Santiago.


La verdad sea dicha y es que a la hora de moverme de un lugar a otro, por ponerte un ejemplo, de mi casa al mercado o de la iglesia al bar, prefiero confiar ciegamente en mi bicicleta, antes que en el azar de las calles y la buena voluntad de algún conductor, o que en alguna desvencijada y atochada micro, que pasan tarde, mal y nunca, y te ligan inexorablemente al humor tropical y folclórico del conductor. Prefiero la bicicleta, que corre rauda a todo el poder de mis piernas, burla ágil cada obstáculo, crece mi cuerpo, llora la piel, grita la herida dolorosa cuando me caigo, por fortuna, algo que no pasa muy seguido.
Para andar en bicicleta, primero debes mentalizarte y olvidar cualquier idea previa que pudieras tener sobre el manejo de este móvil. La bicicleta no requiere de un equilibrio excepcional, sólo de un poco de confianza en velocidad al partir, mientras empujas con infantil entusiasmo esos pedales hacia delante y abajo, y acompañas su suave rodeo con tus piernas en continuo pedaleo, casi siempre de pie. Una vez dominada la difícil técnica de partida, y superada la emoción de los primeros metros, se debe proceder a estabilizar el móvil. Esto se hace balanceando el peso del cuerpo hacia atrás de tal manera que el trasero tope, esto sin gran escándalo, y se pose lo más cómodo posible sobre el asiento, de manera que la pierna izquierda quede a la izquierda del asiento y la derecha a la derecha de este. Otra posición de las piernas en relación con el asiento puede complicar en demasía el pedaleo. Otro detalle a considerar a la hora que se busque mantener un pedaleo estable es encasillar la vista fija hacia delante y en el camino o ruta a seguir, ya que distraerla de esta por esos hermosos y perfectos senos que trotan rítmicos acercándose hacia ti, puede traer nefastas consecuencias como lo es la imperiosa caída por que no viste ese árbol, ese niño, ese triciclo, esa suegra, ese abogado, ese zapato, ese chamán que pasaba quizás tan distraído como tú por el camino que pretendías seguir.
Para que la bicicleta cumpla su objetivo en forma íntegra, el de transportar, y pase a ser algo más que un simple obstáculo visual para los automovilistas, es necesario seguir hasta el final la ruta a destino, con todos sus vaivenes, dobleces, vueltas mortales y acantilados, esto sin dejar de pedalear por espacios de tiempo demasiado prolongados en relación con la pendiente del camino, para que la bicicleta no se detenga, y con esta el movimiento y traslado de tu cuerpo hacia el lugar de destino. Por ahora sigue pedaleando y no te distraigas mucho. Una vez que pasadas varias cuadras, te sientas todo un hábil conductor y que establezcas contacto visual con tu destino, debes apretar los frenos (esas manillas sobre el manubrio) suavemente, cuidando de no presionar solamente el del lado izquierdo, lo que conllevaría a una posible caída de bruces (de lo más estrepitosa) en los más variables suelos y terrenos y la adquisición definitiva de ese miedo característico de quienes fallaron en el intento por aprender a controlar sus corceles y de ese respeto excesivo por la bicicleta y sus bondades, lo que te alejaría de ella, sino es por el resto de tu vida, por un buen tiempo, hasta que sientes cabeza y te des cuenta que no es socialmente aceptable no saber andar en bicicleta, no tener una linda y colorida en la casa guardada y no sacar el auto cada vez que quieras salir, aunque sea por dos cuadras.

domingo, 16 de septiembre de 2007

Novela sin retorno

Les dejo este cuento recién salido del horno.



Escondíase el sol bajo el mar cuando Fernando, novela en mano, por fin pudo sentarse con relativa comodidad en su sillón predilecto, ese que miraba por la ventana hacia el jardín y la playa, entre lustradas repisas, persianas blancas, tapices, alfombras importadas, y lo más importante, cobijado por aquella paz que solía serle tan esquiva. Se movió hasta encontrar la postura perfecta, la que no le perturbaría la lectura con calambres, roces o cualquier otra clase de caprichos de un cansado cuerpo en contacto con el tapiz. Era necesario estar cómodo para leer, para poder internarse verdaderamente en las líneas de su novela, para poder vivir la tinta de aquellas páginas como si fuera su vida misma. Además, para Fernando era necesaria una tranquilidad casi utópica para que las páginas de su novela no avanzaran en vano, para sentir que sábado y domingo habían llegado al fin y al cabo, para convencerse de que estaba en su casa en la playa, y que la oficina, la ciudad, el ruido, las interrupciones y el resto del mundo habían quedado atrás, transformándolo en una isla solitaria hasta el próximo lunes.Ya instalado, tomó sus anteojos y abrió la novela, como quien respira luego de haber estado varios segundos bajo el agua. Abrió la novela y la miró con detenimiento. Examinó las letras impresas, palpó la calidad del papel, sintió el olor del empaste, y el correr de sus dedos ágiles por sobre el borde de las primeras páginas, las inútiles páginas de datos, de editorial, de comentarios extensos, de nulo interés para el lector, hasta llegar al comienzo del primer capítulo. Sus ojos se movieron por las primeras líneas, torpes y oxidados. Leyó la primera página sin convencerse mucho de la historia, o de lo que a esas alturas podía asomarse de ella. Leyó las siguientes dos o tres páginas con igual conclusión. –Otra de esas novelas descriptivas que pueden gastar un capítulo entero en el retrato de la oreja izquierda del protagonista sin sentir algo de compasión por el lector –se dijo mientras avanzaba a la página siguiente. Impaciente, su frágil atención se desvió hacia los lejanos ruidos de la casa, ruidos que eran sofocados en gran medida por las murallas y puertas, pero que aún se mantenían perceptibles para el oído atentísimo del lector que no encuentra el hilo de una narración. Podía escuchar a su señora hablar por teléfono, a su hijo Pablo jugar a la pelota en el jardín, a la empleada preparar la comida para la noche, y sin ir más lejos, podía escuchar a su propio cuerpo modular los sonidos propios de la respiración y otros de procedencia menos ortodoxa.Decidió volver a centrarse en lo que verdaderamente le importaba: saberse absorto en un vertiginoso relato que por lo usual era mucho más interesante que el que podría contarse de su propia vida. Se lanzó esta vez, un poco más decidido hacia la lectura, y le pareció que las páginas comenzaban a correr con mayor velocidad, la pareció sentir cómo su ambiente atenuaba sus estímulos, casi acercándose a su ansiada extinción. –Desaparece mundo, vuela lejos. – dijo, tratando de emular en algo a las metáforas y expresiones que acababa de leer. Lógicamente, no se permitía más que un par de segundos para hacer estas apreciaciones complacientes, no fuera a ser que perdiera el hilo de la historia.Su mirada se había perdido, su rostro palidecía, Fernando desaparecía de la habitación y se adentraba en dimensiones menos sosas y predecibles. Fernando volaba. Fernando se balanceaba plácido entre palabras bien escogidas, expresiones perfectamente acabadas, páginas agotadoras y algún respiro. No había tiempo. Fernando era inmaterial, inalcanzable, omnisciente, ¡sabía tanto más que el pobre protagonista de aquella historia! Le habría gustado detener la novela, hablar unos segundos con él, para ayudarlo, para evitar alguna encrucijada, algún paso irreversible para este. Fernando comprendía la historia tanto mejor que el escritor, no, Fernando era el escritor, mejor aún, Fernando era dios.– ¡Fernando se enfría la comida! –se escuchó una voz gritar desde el otro lado de la casa.Súbitamente volvió a la habitación, y sintió cómo su atención se enfriaba de un solo golpe.De mala gana respondió: –Guárdenme comida que ahora estoy ocupado. Poco le importaba si su excusa sería aceptada por el resto del clan familiar, lo suyo era tanto más importante. Debía volver.Tomó un respiro, y emprendió nuevamente la lectura, sin antes contemplar complacido la cantidad de páginas que había devorado en ese rato.Esta vez retornó al universo de las letras mucho más rápido que cuando había empezado la lectura, y en cosa de minutos se vio a un Fernando dividido en cuerpo y alma: el cuerpo, añejo y sudoroso, atado al sillón, a la casa, a su familia, al trabajo, a la vida que él mismo había elegido y soñado; y el alma volando alto por los vaivenes emocionales del protagonista, sus aventuras y desventuras, su tiempo eterno, su aire inagotable, su fin de semana de días que no pasaban.Fernando estaba tan absorto en su lectura que no se percató de la visita de su hijo menor a su santuario de libros, repisas, sillón y viaje. Un Matías, quién no tendría más de cinco años, miraba a su padre sin entender qué le sucedía, acaso este jugaba a contener la respiración, jugaba a hacerse el muerto, acaso había muerto realmente. Se oyó en la pieza su voz infantil, temblorosa, casi quebrada:– ¿Papá?... ¿Qué haces?... ¿Estás bien?... ¿Papá?Fernando se contuvo ante esta segunda misiva del mundo real, el que parecía no tolerar que su gente se fuera a otras dimensiones así como si nada.– ¡Papá! ¿Qué haces? –dijo Matías, con una voz tanto menos tierna que antes.– ¿Qué pasa hijo? ¿Que no ves que estoy ocupado? – dijo Fernando, con la voz más elevada de lo que le habría gustado.– Eh…nada…yo quería…yo quería saludarte. –respondió Matías.– Está bien hijo, dame un beso y anda a la cama, que ya es tarde –sentenció Fernando. Su libro lo seducía de vuelta a sus páginas, y si bien no era tan tarde, era hora suficiente como para que el pequeño Matías no armara un escándalo por la orden. Matías no se movió y se quedó observando cómo su padre volvía a leer, y se extrañó que el color de su piel se diluyera a medida que pasaban los segundos. Matías sólo lo miraba, sin entender un ápice de lo que sucedía.Fernando, quien no había podido concentrarse del todo debido a este ente extraño al santuario, que lo perturbaba, se detuvo.–Matías, ¿no te dije que fueras a la cama? –dijo Fernando.–Quería saber qué haces –respondió el pequeño.–Leo Matías, luego podrás hacerlo tú también, cuando te lo enseñen en el colegio.Matías no respondió, a lo que su padre decidió volver a la lectura. Sentía cómo una droga recorría sus venas, esta historia que lo absorbía y lo abstraía por completo.Matías, en su ingenuidad, dejó pasar algunos minutos antes de volver a hablarle a su papá, mientras lo contemplaba.– ¿Qué significa “leo”? –dijo el niño, destrozando nuevamente la concentración de su papá.A lo que Fernando ya fastidiado en demasía por las interrupciones le respondió con brusquedad: –Leo, viene del verbo leer, que es una forma de olvidarse del mundo que suele molestarnos e interrumpirnos (mira de reojo a Matías), y esto se hace tomando un libro y mirando y entendiendo lo que dicen sus palabras. Casi siempre funciona. Ahora por favor, ándate y acuéstate o llamaré a tu mamá.Fernando dudó sobre si había hecho bien en hablarle así a Matías, pero al ver que este dejaba la habitación se sintió satisfecho y se olvidó del asunto.El niño, quién pareció comprender lo que su padre le quiso decir, lo miró, se detuvo un segundo y salió por la puerta corriendo.–Por fin. –dijo aliviado. Contempló desilusionado las escuálidas páginas que había avanzado en esta última hora de lectura y dudó sobre la calidad de la comprensión que había realizado sobre estas mismas. Decidió volver a leerlas, esta ves con mayor determinación que antes. Necesitaba terminar. –No me importa perder la cabeza gracias a los libros, es tanto mejor que la realidad.–dijo, acordándose del Quijote.Su mirada se había perdido, su rostro palidecía, Fernando desaparecía de la habitación y se adentraba en dimensiones menos sosas y predecibles. ¡Ojalá no volviera Matías, ni la comida, ni los ruidos de la casa, ni mi malestar estomacal! –pensó. Fernando volaba. Fernando se balanceaba plácido entre palabras perfectamente colocadas, expresiones perfectamente acabadas, páginas agotadoras y algún respiro. No había tiempo. Alguien podría volver para interrumpirloEbrio de letras, como estaba, no se percató de la nueva llegada de su pequeño visitante, quién afirmaba un colorido libro con su delicada manito y se plantó frente a él.Fernando había alcanzado su ansiado escape, el esperado éxtasis, su única preocupación era qué sería de él cuando su novela terminara. Qué desgracia más horrible, no podía terminar, no podía volver.Creo que me va a gustar leer. –pensaba Matías mientras contemplaba a su padre maravillado. Había entendido y asimilado las palabras que le había dirigido antes. Olvidar. Molestar. Tomar un libro y entender las palabras que están escritas. Leer y viajar. Vuelo.– ¡Papá, léeme un cuento! –exclamó varias veces Matías mientras le extendía su libro a Fernando. – ¡Papá! ¡Papá! –gritó el niño desesperado al ver que su inanimado padre no pretendía volver.
Las frías manos de Fernando cedieron y la novela y su nuevo personaje cayeron estrepitosos a los pies de Matías.

miércoles, 5 de septiembre de 2007

Declaración de amor de un inca perdido en el tiempo y el espacio

Cuando vuelven al recuerdo,
Viento y desfiladero,
Cornisa, sol y nieve,
Y el eco de mi alma puliendo a la roca que da abrigo,
No puedo sino sonreír y mirar al este.

Cuando regresa a mi memoria,
La luna más obstinada de mil cielos,
Con su velo de nube a contraluz,
Y mis labios llorando la deuda del beso,
No puede sino, la nostalgia regresar.

¿Cuándo volverán a la vida,
El paso de arriero y su cabalgar,
El trote curtido del chasqui,
El silbar del viento que el eco no ha de olvidar?
¿Cuándo volverán, cuándo?

Lejanos son los días,
Que se han perdido en tus valles y caprichos,
Lejano el calendario,
Que una vez del juego nuestro fue testigo.
Tú cordillera, roca, hielo y noche.
Yo niño, salto, rima y bagual.

Atado estoy a tu existencia,
Y debo regresar cuesta arriba,
Rumbo al momento, rumbo al encuentro.
Ya sólo en ti mi chasqui se libera.










jueves, 23 de agosto de 2007

Parque Forestal y otros

Les presento este microcuento apropósito de que hace un par de semanas se abrió el popular concurso de microcuentos "Santiago en 100 palabras".Aprovecho de explicar un poco en qué consiste un microcuento, para aquellos que no entiendan bien cual es la gracia de escribir dos líneas (muchas veces de relativa coherencia) y tildar eso de "cuento" o de "texto". El microcuento es un texto literario de corta extensión (desde un título más un par de palabras hasta un párrafo de media página) que tiene la gracia de que no alcanza a desarrollar a cabalidad una idea, dándole un rol mucho más importante a la interpretación que el lector pueda darle. Muchas veces son sólo acontecimientos enumerados, y por lo general no son muy descriptivos.
Sin aburrirlos más, les presento estos microcuentos que escribí.

Parque Forestal

¿Creís que mañana nos va a ir igual de mal? –preguntó el lanza.
A lo que el caballo de Botero respondió: –Más te vale que no.


Camino al paradero (Intento Nº265)

No sé bien por qué, pero cada vez que camino por Recoleta hacia el paradero, me siento pronto a pasar una eternidad en aquel lugar. Tal vez el aroma de las flores me lo recuerda. Tal vez sean los estudiantes de medicina profanando tumbas…de todas formas esperaría una eternidad esta micro que no pasa.


Reclamo

¡Estos jueces no saben nada de nada! Llevo años mandando microcuentos a este maldito concurso sólo para ver cómo los escritos más mediocres son aclamados por la prensa. No saben lo que es bueno… ¡nada de nada!


domingo, 19 de agosto de 2007

El rehabilitado

Acá les va un cuento que escribí hace un tiempo. Ojala se entienda bien.

Yacía como un peso muerto sobre una cama a la que sólo fue a dar gracias al benévolo azar, estando perdido en medio de una turbulenta secuencia de hechos que una vez despierto le harían morderse los labios de pesar y arrepentimiento. Yacía inmoral y miserable, yacía como un cordero en el matadero. Cualquier cosa menos inocencia cruzaba por el espacio entre sus dos cejas: era culpable de alcoholismo calificado y de idiota en primer grado con las atenuantes de minoría de edad y una familia bastante ingenua. Sentía como su cabeza se estrujaba de dolor por la caña, hecho que le ayudaba a mantener viva la convicción de que nunca más en su vida tomaría. – Tengo que dejar este vicio asesino –dijo al despertar, mareándose al pronunciar cada letra. Puedo sentir como mi cuerpo se ha destruido gradualmente, y puedo ver claramente como mi futuro se nubla, y estoy seguro que de esas nubes no caerá precisamente agua, sino más alcohol, jeringas, pistolas, autos no catalíticos y prostitutas. Pero aún no se nubla, estoy seguro que si detengo esto hoy, podré vivir mañana, aunque sea con un respirador artificial, una mina muy comprensiva o cualquier otra clase de salvavidas. Lindos ideales y convicciones que quizás con esfuerzo llevaría a la realidad, pero nadie le quitaba el asqueroso sabor dulzón a trago que sentía en su garganta, nadie le quitaba la sensación de humillación y ya nadie podía quitarle su dignidad, claramente extraviada algunas horas atrás, en pleno festejo. Nunca había deseado con tanta animosidad, triste animosidad, que su presente se hiciera pasado y el futuro lo suplantara. Pero al momento, sentía el tiempo distinto, casi inválido, agonizante. Las manecillas del reloj se movían a razón de imperceptibles saltitos, en una eterna orgía de engranajes, alargando el inmundo presente hasta horizontes insospechados. Pero el cruel tiempo parecía correr más lento sólo para él, y el mundo comenzaba a exigirle de vuelta una otrora lúcida presencia productiva y bilingüe. Su madre le dijo que debían ir a hacer algunos trámites, y que volverían en un par de horas. –En un par de horas… -dijo y se río sarcástico. En un par de horas quizás ya me haya desintegrado. Era otro de los costos de abusar del alcohol, había que continuar con la vida, y a esta parecía no importarle que unas pocas horas antes él haya estado a punto de caer inconciente en alguna calle perdida de Providencia.
–Tengo que dejar este vicio, inutiliza mis fines de semana, causa una patética impresión mía en la gente, cuesta dinero y está destruyendo mi cuerpo. Pero me causa una sensación tan agradable, ese hormigueo en la cara, esa ligereza, ese olvido, y es tan rico… ¡no! Mira a lo que he llegado, ¿hace cuanto tiempo que no aprovecho la mañana de un sábado? ¿Hace cuanto tiempo que tengo que fingir lucidez durante todo el domingo? Basta con mirarme la cara y fijarse en esas tremendas y oscuras ojeras que descubren mi problema. Es triste a lo que ha llegado mi vida, mi semana entera gira en torno al fin de semana, pero llegados estos santos días no hago más que autodestruirme. Podría decirse que mi vida entera gira entorno a autodestruirme. ¿Acaso hace dos o tres años me habría imaginado así? ¿Qué pasaría si mi yo de cinco años me viera ahora, dejando de lado por algunos momentos la ingenuidad y la niñez? Debo dejar esto, debo dejarlo.
Hablaba como si fuera la primera vez que hacía estas reflexiones reveladoras.
Unas lágrimas de lástima y nostalgia cayeron suavemente sobre su mejilla y fueron a morir para siempre sobre su chaqueta. Su semblante enseñaba un desasosiego profundo y un vacío aparentemente perpetuo. Sus ojos, si bien estaban abiertos, habían perdido aquel brillo, aquel sutil resplandor que diferencia a los vivos de los muertos. Se paró, se detuvo un segundo y se arregló un poco para salir con su madre a hacer esos condenados trámites.
Pasó una semana tranquila, sin ningún acontecimiento fuera de lo usual. Su malestar estomacal y anímico persistió hasta el lunes o martes, el miércoles ya había recuperado algo de su tropical y cambiante apego por la vida, el jueves ya se habían achicado bastante sus ojeras y el viernes salió por la noche, con la diferencia que no bebió una sola copa. El sábado una sobredosis le robó para siempre ese brillo de los ojos.


martes, 7 de agosto de 2007

Taller literario

Eran alrededor de seis estudiantes reunidos en la biblioteca, en torno a una mesa y en torno a Felipe, el joven profesor de literatura. El motivo que los congregaba era la celebración semanal de su taller de creación literaria, que ocurría, si la fortuna y el calendario estaban de acuerdo, cada martes, después del colegio de los estudiantes y después de medio día de dudosas actividades por parte de Felipe.
Felipe era sin duda, un tipo cuanto menos, enigmático. Su rostro algo pálido y una barba incipiente delataban su juventud, quizás de unos veinte y cuatro o veinte y cinco años. Sus manos se retorcían en curiosas contorsiones acompañando sus discursos y explicaciones, sin detener nunca un extraño temblor, algo parecido al pulso que presenta un anciano o al de un hombre que ha bebido unas cuantas copas de más. Sin embargo, era un hombre inteligente, de indiscutible talento en cuanto a lo que letras se refiere y que buscaba inculcar en sus alumnos la misma pasión por la escritura que seguramente él sentía arder en su corazón.
- Hoy hablaremos de la intertextualidad –dijo con su típica expresión ansiosa a los atentos alumnos del taller. La intertextualidad –se le escuchó decir - es la referencia que se le hace a un texto desde otro texto, como es el caso de aquellos cuentos que contienen otros cuentos o historias en su interior. ¿Se entiende? A modo de ejemplo les contaré esta pequeña historia.
-En la Edad Media, existía un hombre llamado Nicolais cuya esposa tenía la singular característica de ser poseedora de un insaciable apetito sexual. Nicolais, preocupado por que su esposa podría estar pecando de lujuria o algo por el estilo, decidió que ambos visitarían a un sabio fraile para pedir consejo. Fueron a ver al hombre de Dios, le contaron su problema y esperaron una respuesta. El fraile le dijo a Nicolais que tendría que hablar en privado con su esposa. Obviamente el inmoral fraile se había dado cuenta de la ventaja que podría tomar a partir de la situación y unos meses después cuando Nicolais lo volvió a visitar con la noticia del misterioso y aparentemente promiscuo embarazo de la otrora sexópata mujer, se le iluminó el rostro y le dijo que estaban en presencia de un milagro: su esposa había sido tocada por el Espíritu Santo, cual Virgen María y que debían sentirse simplemente bendecidos y dichosos.
-Creo que ahí podemos encontrar una clara intertextualidad con la Biblia- dijo un agudo alumno.
-Exactamente. Bueno, ahora para continuar con el taller, leerán un fragmento de la clásica novela “Las Mil y una Noches” que yo mismo escogí, apropósito del uso de la intertextualidad como un recurso literario- les dijo, sin que el temblor de sus manos cesara en algún fragmento de segundo.
Entonces, le entregó un texto de unas cinco o seis páginas a cada uno de los alumnos, quienes rápidamente se hallaron inmersos en las fantasiosas líneas del típico relato arábigo.
…Y Schehrazada, aquella primera noche, empezó su relato con la historia que sigue…
Pasados varios minutos, los ojos de un alumno leían…cuando el médico se convenció de que el rey lo iba a matar sin remedio, dijo: “Oh, Rey. Si mi muerte es realmente necesaria, déjame ir a casa para despachar mis asuntos, encargar a mis parientes y vecinos que cuiden de enterrarme, y sobre todo para regalar mis libros de medicina. A fe que tengo un libro que es realmente el extracto de los extractos y la rareza de las rarezas, que quiero legarte como un obsequio para que lo conserves cuidadosamente en tu armario.” El rey preguntó: “¿Y qué libro es ese?, a lo que el médico contestó: “contiene cosas inestimables; el menor de los secretos que revela es el siguiente: cuando me corten la cabeza, abre el libro, cuenta tres hojas y vuélvelas; lee en seguida tres renglones de la página de la izquierda; y entonces la cabeza cortada te hablará y contestará a todas las preguntas que le hagas”… Pasado ya un buen rato desde que encomendó la tarea a sus alumnos, Felipe se hallaba inquieto y ansioso, más que de costumbre, y quizás incomodado en demasía por el tenso silencio intelectualoide que reinaba en la biblioteca, podía apreciarse como sus manos temblaban, a pesar de no haber articulado palabra alguna.
Otro alumno transportado a la milenaria Arabia leía… “¡Oh Rey! Coge este libro, pero no lo abras antes de cortarme la cabeza. Cuando la hayas cortado, colócala en una bandeja y manda que la aprieten bien contra los polvos para restreñar la sangre. Después abrirás el libro.” Pero el rey, lleno de impaciencia no le escuchaba ya; cogió el libro y lo abrió, pero encontró las hojas pegadas unas a otras. Entonces metiendo su dedo en la boca, lo mojó con su saliva y logró despegar la primera hoja. Lo mismo tuvo que hacer con la segunda y la tercera hoja, y cada vez se abrían las hojas con más dificultad. De este modo abrió el rey seis hojas, y trató de leerlas, pero no pudo encontrar ninguna clase de escritura. Pero apenas habían pasado algunos instantes, circuló el veneno por el organismo del rey en el momento y en la hora misma, pues el libro estaba envenenado. Y entonces sufrió el rey horribles convulsiones y exclamo: “¡el veneno circula!”. Había decidido su propia muerte…Seis pares de ojos extenuados por el viaje literario al país de las mil y una noches se levantaron y se miraron, luego a Felipe.
-Veo que los venenos de los que habla la historia hacen su efecto bastante más rápido -dijo ante la atónita mirada de unos alumnos que no comprendían un ápice de lo que sucedía. Dicho esto, el primero comenzó con los efectos del veneno y como por arte de magia, sus compañeros siguieron su ejemplo. Primero tiritaban, pero luego las convulsiones se hicieron más violentas y sus ojos parecían prontos a salir despedidos de su cavidad. Felipe reía tranquilamente al ver cómo sus seis alumnos resonaban, ya no como alumnos, sino como inerte materia en movimiento.
Con seis cadáveres dispersados alrededor de la mesa, sintiéndose más poderoso que seis médicos juntos, y con una buena historia que escribir, Felipe recolectó cuidadoso los textos, con el fin de poder usarlos con el taller del año próximo y cuidando de no desperdiciar el veneno en sus dedos ya acostumbrados al tóxico. Y sus manos siempre tiritando en pálido temblor.

lunes, 30 de julio de 2007

Un ocaso anunciado

Este poema hace un contrapunto entre esas personas que no ven más que niñez en su horizonte, y esos que hace ya un rato que ven otra cosa muy distinta.



Y ya está aquí la mañana,
Con su sol iluso e inocente,
Que corta amarras a la infancia.
Y los ojos del joven inmundo,
Duermen en culpable silencio.

El niño juega en las hojas,
Juega al robot y al espía.
El niño no lo sabe aún,
Pero la interrupción de ese sueño,
Llega sin aviso y todo lo destruye.

Si piensa en abrir los ojos,
Será para cerrarlos muy luego.
Si piensa en abrir su boca,
Será para beber por la noche.
Así vive ciego y mudo hasta el viernes.

Y ya está aquí la mañana,
Que le recuerda que está perdido,
Y baña en luz al barranco,
Por donde baja el sendero.
Y el niño espía llora en secreto.

Y no falta el día en que se encuentren,
Y el joven llore desolado,
Es que no logra verse reflejado,
En esos ojos inocentes.
El niño comprende que todo era cierto.

Hay algo que el joven no sabe,
El niño ha muerto en silencio.


miércoles, 18 de julio de 2007

Trapiche

Vengo recién llegando de trabajos de invierno, y es tanto el entusiasmo que me fue necesario plasmar parte de éste en un escrito. No sé si es un cuento, un ensayo o un manual de instrucciones, da lo mismo. Lo único que importa es que es un texto sincero. Ojalá les guste.

Unas enclenques paredes de aire sujetan el desvencijado techo de aquella morada y no hay más pintura que la corrosión del cielo de cinc. Si la caprichosa tierra decide sacudirse, dudo que aquellas murallas se mantengan en pie más tiempo que un borracho en una plaza. El viento se cuela fácil por cualquiera de los incontables hoyos que presenta la madera, el frío se cuela ileso ante aquella inoperante y mentirosa barrera. La casa no le es fiel a la familia y sin embargo las estrellas despiden su belleza en armónicos gritos. Qué gritos.
Pero el suelo está seco, tan seco que no recuerda más lluvia que unas desentendidas lágrimas de Leo, el menor en aquel hogar. El suelo está seco y debilita el alma de las familias de aquel pueblo perdido en el mapa, junto a sus huertos y oraciones. Porque Trapiche no es más que eso, un caserío perdido en el mapa, un grupo de familias enterradas en la dura lengua del desierto, un anónimo en las estadísticas de pobreza, un inconciente esbozo en la panamericana. Un lugar donde la vida corre al ritmo de plegarias ilusas y de pirquineros madrugadores. Donde el sol, implacable, curte desde temprano cuanto rostro se le cruce. Y donde la noche habla en helados susurros que son indiferentes a la piel escasamente abrigada de algunas decenas de familias.
No me pregunté porqué fuimos a dar a Trapiche, de entre tantos otros pueblos perdidos en los inhóspitos pliegues de la cuarta región. Pero al llegar al pueblo, tampoco fueron necesarias grandes cavilaciones para entender que había ahí personas que merecían una ayuda, por más sutil que esta fuera, algo tangible que hiciera un poco más llevadera la dura cotidianeidad que los aquejaba. Un detalle, un arreglo, aunque su duración en el tiempo no prometiera cifras de eternidad. Pero de todas maneras, un trabajo más real que el discurso pronunciado desde un cómodo salón. Se precisaba algo de mayor peso que las promesas políticas, normalmente ricas en contenido léxico, frases célebres y egos ensalzados, pero dudosamente fecundas en su realización.
Tal vez íbamos a Trapiche a la acción, a poner de nuestra parte para mejorar aunque sea en un poco el panorama que les espera a Sandro, Leo y María. Para que ellos y sus familias no pasen frío en la noche y no tengan que forrar los muros de sus mediaguas con revistas viejas y diarios amarillentos para impedir que el viento haga de las suyas al interior de esos tres por tres metros.
O tal vez íbamos a Trapiche a sentirnos sencillos; a disfrutar de la escasez material; a aprender del duro desierto y del grito del despampanante cielo nocturno, de los ojos de niños de caras sucias y de las sonrisas más grandes que nunca vi. Sí, creo que fue eso lo más importante. Porque es hermoso pasar algunas horas al día forrando con cholguán paredes, techos, puertas y ventanas, pero más hermoso fue el llanto de despedida del pobre Leo, y el entusiasmo y agradecimiento de doña Elba, que con sus sesenta y cinco años, estuvo siempre pendiente de nuestro trabajo y de nuestras necesidades, atendiéndonos con cariño y grandiosas conversaciones.
Brillante es la marca que dejó Trapiche en la memoria de quienes fuimos con la idea de enseñar y construir, y regresamos a la capital habiendo vivido y aprendido, por sobre cualquier otra cosa.

domingo, 8 de julio de 2007

Entrevista III

La última parte de aquella eterna entrevista. ¿Y el entrevistador es...?

¿Vale la pena saludarnos? Digo yo. Creo que saludar a una persona al encontrarse con ella por primera vez en el día, o en un período equis de tiempo ha perdido todo su sentido original, porque de la verdadera empatía y del verdadero interés en saber cómo está aquel individuo, queda bien poco. Todo se basa en formalidades insípidas y en fríos códigos y costumbres de antaño humanas. Pero aquí estamos, y será mejor que te salude: con un cínico “cómo estás” me ahorro muchas explicaciones. ¿Te gustaría sentarte a conversar?
Hablemos del amor. De todas maneras, no creo ser la persona más indicada para hablar de esto ya que en mi experiencia, el amor pertenece a los libros, al mundo de los sueños y a la vida de un selecto grupo de personas, al cual sin duda no pertenezco. Siempre se ha dicho que el amor debe ser el motor irremplazable del actuar del hombre, debe ser su camino y su meta, su vida y su orgullo. Y que siendo así, la felicidad y el equilibrio jamás te abandonan. Lamentablemente esta afirmación no la puedo refutar, ya que mi experiencia de vida en privación del amor no ha sido más que un atado de promesas fraudulentas de felicidad y equilibrio.
Es curioso cómo actúa el amor. Me llama la atención que el amor se muestre y seduzca a todos, incluso a aquellos que no pertenecen a la elite de personas de la que hablé hace algunos instantes. Curioso método es llenar de ilusión corazones vacíos y observar cómo esa ilusión desaparece gota a gota. Es casi sádico si lo piensas bien. Una de sus clásicas jugarretas es cruzar las vidas de dos personas y enamorar a una sola, condenándola inapelablemente a un calvario. Así es el amor, flores y tardes de risas para unos, y drogas baratas y ojeras para otros. Así es el amor, ilusiona y finalmente será lo mejor que les pasó en la vida para algunos, y también ilusiona a los otros, con la diferencia que para estos, el amor finalmente no será sino como una pesadilla a ojos abiertos . Mis ojos están demasiado abiertos. ¿Que los cierre? No te entiendo.
Amor significa “sin muerte”, ¿esto quiere decir que todas aquellas personas que no viven el amor, están muertas? Me parece una hipótesis bastante aceptable. ¿No crees?
¿Que acaso no estás de acuerdo conmigo? ¿Dices que el amor se da a conocer a todos para alimentar la esperanza, para darnos algo porqué luchar en esta vida? ¿Y que sólo depende de uno entrar a la sonriente elite? Que linda visión de las cosas tienes tú. Creo que la vida ha sido un poquito más benévola contigo. ¿Me dices que la vida no es benévola con nadie? De nuevo me quieres hacer creer que cada uno tiene el poder de transformar esas promesas de felicidad y equilibrio en una realidad. ¿Estás usando muchas drogas? ¿Te sientes bien? Responde. No me gustan estos jueguitos. Responde. Habla. ¿Te vas? No. Vuelve, creo que tú me puedes ayudar a dejar de escribir estas patéticas historias. Vuelve. Bien, me alegro de que no te vayas todavía. Pero dime, ¿qué debo hacer? ¿¡Para qué mierda es esta jeringa?! No sabes lo que me han hecho. Me han clavado estas cosas más veces de las que puedo recordar y nunca me ha servido de nada. ¿Que la tome y me la clave? ¡Estás loca! ¿Que soy un idiota y nunca seré feliz? Si quiero ser feliz pero… ¿que entonces me deje de mariconadas y me la clave en el pecho? Te juro que si no funciona esta vez…¿que cierre los ojos, cuente hasta cinco y tú me la pones? Confío en ti. Uno…(por Dios ¿qué estoy haciendo?)Dos…(¿para donde iré?)Tres…(¿Qué tendrá esta cosa? ¿¿Veneno para ratas??…)¡¡Alto!!
- Cuatro, cinco, adiós.

jueves, 5 de julio de 2007

Cara y sello

Sí, se siente sola. Abrumadoramente sola. Pero continúa tratando a las personas como deshechos biodegradables. No hace reparos en la verticalidad presente en cada palabra que cruza, y yo me pregunto, ¿cómo es que logra ponerse tan arriba, por sobre ti, sobre mí, sobre el mundo y sus leyes? Al menos sobre mí. Puedo haberme preparado meses para su encuentro, como para una sangrienta batalla, caminar en la seguridad de mi riguroso entrenamiento, vanagloriarme por escasos segundos de mi hombría, y llegar enfrente de ella y mearme los pantalones. Talvez nunca logre descolocarla, pero prefiero eso e interactuar como un igual con el resto del mundo que entenderme como ella y aislarme en mi belleza superlativa, en el ritmo de unos ojos que descolocan al que los mire, instaurar aquella misteriosa barrera infranqueable entre yo y el resto de los seres que respiran.
No entiendo cómo lo hace él para achicarse. Se esconde en una humilde reverencia y en una supuesta incapacidad para abordarme. Es más fácil sentirse pequeño. Si estoy sola es porque él y un millón de idiotas se enmudecen al mirarme a los ojos. Aunque no puedo negar sentir un cierto placer al ver sus ojos nerviosos, esa solitaria gota de sudor que corre por el cuello y esa mandíbula atastacada.
Desnudo y ridículo frente a ella. Y de nuevo sólo anhelo correr hasta el refugio maternal más próximo y sentir la tibia presión de unos brazos de madre sobre mi pecho.
Se preguntaban si al verse al espejo el otro se sentiría igual.


martes, 26 de junio de 2007

El suicida del XXVI

Este cuento habla de lo que tristemente en ocasiones, es el último recurso en los planes del ser humano: la muerte autoinfringida, más conocida como "suicidio". Paradójicamente, el mensaje entre-líneas que entrega esta historia, es positivo y nos invita a tomar el control de nuestras vidas, a ejercer justa soberanía sobre nuestro futuro.
Como consejo para la lectura, pongan atención a las voces narrativas.
Aprovecho de aclarar, que lo que escribo es ficción pura y no tiene ninguna relación con la realidad.

Miró por última vez hacia atrás, como si buscara, como si esperara que alguien apareciera corriendo y que en infinito desasosiego le pidiese que por favor no saltara, por que él era importante en este mundo, que él era fundamental en su vida, que por favor no saltara. Nadie apareció, hecho que lo motivó aún más a concretar sus planes suicidas. Puso su pie izquierdo sobre el borde del balcón, luego su pie derecho y miró hacia abajo. Todo se veía tan distinto desde un piso veintiséis, las personas eran ínfimas, los problemas, insignificantes.
¿Cómo se verían desde un piso treinta y nueve, o desde un piso ochocientos cuarenta y tres? Seguramente las personas se verían aún más pequeñas o simplemente no se distinguirían entre el cemento y los fierros de la calle. Pero desde ahí, en el balcón del piso veintiséis, toda mi vida y mis problemas se apreciaban en toda su magnitud. Esto me agobia. Quizás, cuando mi cuerpo golpee inerte la acera, mis problemas desaparecerán y yo seré como una de esas ínfimas personas, una anécdota de la calle, un número que borrar del registro civil.
Qué extraño espectáculo protagonizaría aquella tarde. No pasaría desapercibido por ningún peatón. Quizás, aquel vuelo estrepitoso podría acabar con la vida de otra persona, o talvez, destrozar el parabrisas de un auto perdido en el tiempo y el espacio. De todas maneras, alimentaría el morbo de cientos de transeúntes curiosos, y podría causar algún atoramiento vehicular. Sería mencionado en un impersonal reporte noticiario, como un olvidable nombre entre tantos otros jóvenes cobardes que acabaron con su vida durante el primer trimestre del año dos mil y algo. Eso, si es que aquel día, los canales de televisión se encontraran escuálidos de hechos noticiosos más interesantes que el suicidio de un anónimo. De lo contrario, sólo sería recordado por quienes presenciaran su caída, o su cuerpo desfigurado en la calle rodeado por personas ociosas, o en el mejor de los casos, sería recordado por todos los que lo vieron cubierto de una fría manta naranja. No, así no podrían verle la cara.
Realmente no me importa no haber logrado nada en esta vida, realmente no me importa ser un mal ejemplo para cientos de personas infelices que planean suicidarse. Que ellos salten. Nos veremos en el infierno. Les juro que no me importa ensuciar con vísceras el pavimento o asustar a los niños y señoras sensibles que no se deleiten al ver mi destrozada columna vertebral. Lo único que lamento es causar dolor a mi familia, quienes fueron los únicos en tener fe en mí, quienes creyeron ilusamente que yo podría cambiar el mundo. Supongo que no merecen esto, pero es un costo que debo pagar. Tal vez si saltara desde unos cuantos pisos más abajo, mi cuerpo no sería destrozado en forma tan brutal. Así mis hermanas pequeñas no tendrán pesadillas por las noches, y así los chicos de la funeraria podrán reconstruir mi cuerpo lo suficiente para verme presentable en el cajón. Siempre me gustó verme bien.
Bajó por las escaleras del edificio hasta el piso catorce. Tocó la puerta de un departamento y pidió permiso. Se sorprendió al ver la bella decoración de aquel inmueble, y se detuvo algunos segundos a apreciar una que otra pintura colgada en las paredes de aquel departamento. Le habría gustado dejar algo bello en este mundo, o simplemente algo que expresara su sentir. Algo tangible. Tomó un lápiz y un cuaderno que estaban sobre una mesa y dibujó a una persona saltando desde el piso catorce de un edificio. El dibujo era horrible. Se sintió inútil, se convenció de que jamás habría sido un buen artista y se dirigió hacia el balcón. Había dos niños jugando con un teatro de títeres. Se veían muy entusiasmados. Los observó detenidamente, prestando especial atención en los fabulosos diálogos que aquellos pequeños personajes de género entablaban. Hablaban de fútbol, de política, de la navidad y de sus vecinos. Mencionaron a aquel simpático joven que vivía en el piso veintiséis, que una vez, hace mucho tiempo, les había prometido que cuando pudiera manejar los llevaría al estadio. Se preguntaban si ya habría transcurrido suficiente tiempo como para que él pudiera haber conseguido un auto. Jamás pusieron en duda su promesa.
No puedo saltar acá, yo conozco a estos chicos, varias veces hemos jugado en los jardines del edificio. No soy quién para arruinarles una tarde de juegos con mis caprichos. Ellos no tienen idea de lo que les espera en esta vida, de que apenas crezcan un par de centímetros de más y las niñas dejen de ser simples enemigas, serán apuñalados por la espalda mil veces. Tampoco tienen porqué saberlo a esa edad. Que sigan jugando, ojalá puedan hacer algo más que yo. Mejor me voy a otro piso, donde pueda estar sólo.
Al disponerse a salir de aquel lugar, escuchó a uno de los jóvenes titiriteros que le preguntaba si ya había conseguido un auto para poder llevarlos al estadio. Desconcertado, le dije que sí, que la próxima vez que jugara su equipo favorito lo llevaría al estadio.
Bajó varios pisos más, tocó varias puertas, y ni siquiera se sorprendió ante la permanente negativa de quienes escuchaban los propósitos de su repentina visita. Finalmente, en el piso ocho le abrieron la puerta. Una despampanante joven le ofreció entrar y la gentileza de ofrecerle algo para tomar, solo ayudó a paralizarlo un poco más.
Nunca había visto tanta belleza reunida en una sola persona. Y esos ojos… Mi corazón se detuvo. Pareciera que ya estuviera muerto, que ya salté del piso ocho y que ya soy parte de un deslustrado pasado. No puedo entender cómo no la vi antes. Un par de meses visitándola por las tardes y el amor brotaría solo. Otra ironía más de esta puta vida. Otra burla del destino. Han sido tantas que ya no me importa, perdí la cuenta. Quisiera conocer al escritor borracho que entrega línea tras línea a esta historia, ese que transformó mi vida en un drama, en un enredo tortuoso. Ese que le puso candado a mi felicidad y tiró la llave al mar. Arreglaremos cuentas. Bueno, pretendo verlo pronto.
Ella no parecía entender el complicado proceso que daba lugar en la mente y el corazón de su desafortunado huésped, y le preguntó secamente si iba a dignarse a pasar. Él entró en desesperación. Se sentía un cobarde. Toda su vida había sido un cobarde. Nunca había luchado por lo que le importaba, siempre se contentó en la mediocridad de ver cómo el agua se escapaba de entre sus manos, mirar cómo la vida se destruye si uno la abandona. Se dio cuenta que el bastardo que había alterado los guiones de su historia era, sin lugar a dudas, él mismo. No le respondió y salió corriendo. No sé cuantos pisos subió, pero estoy seguro que finalmente acabó bastante más abajo que el piso octavo. Lo vi tropezar incontables veces. Se paraba y seguía corriendo. Se daba cuenta que nuevamente estaba desistiendo de sus propósitos. Nunca concretaba nada. Sus planes eran un chiste que no sacaba risas. Mis planes eran chistes que no sacaban risas. No puedo ser así de mediocre. Pensó que al menos, el suicidio era un escape digno. Nunca le declaré mi amor a nadie, nunca luchó por cambiar esas injusticias de las que tanto hablaba. No tenía la menor idea del piso en el que se encontraba, lo único que noté es que las personas de la calle se veían bastante cerca. Él podía ver claramente sus ropas, su estilo al caminar, incluso divisé sus preocupaciones y problemas. Todo se veía suficientemente grande. Encontré una ventana que daba a las escaleras del edificio, la rompió con violencia, y sin pensarlo mucho me paré sobre el marco y miró al cielo. Miré al cielo y saltó sin pensar. Al fin había echo algo que valiera la pena. Por fin se había atrevió a saltar. No, me había, se había, saltamos. Nos habíamos suicidé al fin, cuando apareció ella corriendo desde el edificio e insistió terca en curarme los rasmillones.

jueves, 21 de junio de 2007

Caminata rutinaria.

En este cuento sigo profundizando en lo que ha sido mi tema trascendental este último tiempo: los dramas humanos.

Caminaba apurado, si bien no existía alguna razón para ello. Estaba cansado, había sido un día eterno en el trabajo, y el solo hecho de recordar que hoy era lunes le dio náuseas. Sólo esperaba llegar pronto a su casa, aunque realmente en su casa la situación no mejorara. De pronto se sintió agobiado, le costaba respirar. Se soltó el nudo de la corbata. Cerró los ojos.
Se detuvo un momento, respiró profundo y miró a su alrededor. Los mismos edificios que lo habían acompañado en todas esas caminatas durante años, hoy se veían distintos. Los vidrios más limpios, quizás la gente en su interior llevaba vidas más tranquilas. Buscaba una explicación para esta imprevista metamorfosis de su mundo. ¿O tal vez algo en él había cambiado? Seguía igual de flaco, pero su pelo quizás estaba un poco más sucio que ayer. Nada más. No era algo tan importante, simplemente iba caminando rumbo a su casa luego de un arduo día de estudios, cuando notó que una nueva luminosidad se apoderaba de los tristes y opacos edificios de aquel barrio. Decidió reemprender la marcha cuando sintió que sus pies caminaban ahora un poco más ligeros. Qué extraño, se dijo. Recordaba haber llevado una mochila. Se detuvo bruscamente, asustado. ¿A dónde se había ido su mochila? Miró fugazmente por sobre cada uno de sus hombros, iluso. No estaba. Maldijo algunos segundos, y siguió caminando. De todos modos, ¿qué llevaba en aquella mochila? ¿Acaso algo de valor? No lo recordaba. De hecho, no recordaba desde cuando había cargado aquella mochila. No debe haber tenido nada importante, sino lo recordaría. Se sorprendió de la ligereza de su andar. Al pasar enfrente de unas vitrinas, miró su reflejo en ellas y nuevamente se sintió sorprendido. El mismo resplandor que algunas cuadras atrás lo había hecho detenerse y mirar los edificios, ahora se proyectaba sobre su imagen. Se veía bien. Cada rasgo de su cara se dibujaba con mayor determinación, su ropa combinaba mejor que en aquella mañana, cuando el apuro le había impedido poner mucho cuidado en elegir qué ponerse. Siguió caminando. Todo el mundo parecía sonreírle. Un auto que iba por la calle contigua a su caminar, disminuyó su velocidad casi hasta detenerse, bajó los vidrios, y de su interior una preciosa niña le gritó un piropo. No pudo evitar sonrojarse. No estaba acostumbrado a ese tipo de situaciones. Ya faltaban pocas cuadras para llegar a su casa, cuando de pronto la vio a ella en la vereda contraria. Como siempre, su corazón pareció dejar de latir por algunos instantes y sintió que la sangre abandonaba su cuerpo. Tanto era lo que sentía por ella. Con sólo imaginarse juntos, todas las preocupaciones de su vida perdían relevancia. Estaba junto a ella y nada más importaba. Estaba junto a ella y podía acariciar su mano suavemente. Estaba junto a ella y sabía que lo único que necesitaba para ser feliz, estaba ahí, caminando a su lado. Aterrizó bruscamente. Cuanto amaba soñar, y dejarse envolver por lo que su mente y corazón, en un magnífico trabajo conjunto, le ofrecían. Hacerse sueño. Sintió su paso un poco más ligero. Ahora venía la parte triste: él sabía que esto era posible sólo en sus sueños. Qué injusto, su felicidad pertenecía al etéreo mundo de los sueños y la imaginación. Pero a diferencia del resto de las tantas veces que la había visto, en las que repetía indefinidamente la hermosa imagen de ir caminando tomado de su mano, y en las que muy rápido chocaba con la realidad, esta vez, algo le hacía pensar que la felicidad sí era posible. Tenerla a ella sí era posible. Darle un beso y mirarla a los ojos era cuestión de querer hacerlo con suficiente fuerza. Algo en su corazón lo animaba a intentarlo. El sueño esta vez se hizo presente con más intensidad que nunca. Su camino cruzaba el de ella y el destino era uno solo: la felicidad. Un tibio licor recorrió de arriba abajo sus entrañas, hasta llegar a la punta de sus dedos. Lo sentía gotear. Escuchaba el eco de su esperanza gotear...Ella estaba ahí, más presente que nunca, y su carita, el hermoso carruaje de las dos estrellas más brillantes del firmamento. Su pelo que definía sublimes melodías que el viento, coqueto, trataba de seguir. Sus labios amando mis labios. Mi piel jugaba y su piel reía. Su vida en mi vida. Una sola historia... Rápidamente cruzó la calle, y cambió su rumbo. Caminó con decisión por la vereda para alcanzarla, decirle cuanto la amaba, y fundirse en éxtasis hasta desaparecer. Algo en el aire le prometía el éxito. Algo en su reflejo le auguraba aquella anhelada satisfacción. La divisó a lo lejos. Ligero, esquivó a cuanto peatón distraído cortaba su paso. Ligero. Sus pies nunca habían caminado tan aprisa. La infinita separación parecía caer rendida ante su caminar seguro. Su corazón nunca había latido con tal violencia. Se encontraba ya a pocos metros. Su mirada jamás había buscado con tanta fuerza esos ojos. Frente a frente. Su lengua nunca había expresado con tanta gracia las verdades del corazón…
Se repuso de aquel desvanecimiento. En las últimas cuadras hasta su casa, su corazón albergó la triste certeza de que nunca nada cambiaría.

viernes, 15 de junio de 2007

Llueve y la conciencia.

Este pequeño relato busca crear conciencia. El invierno se hace presente en la capital y millones de personas sufren con cada gota que cae, con cada mañana de escarcha. ¿Y qué hacemos?

Llueve y la conciencia aletargada despertó.
Miré por mi ventana. El cielo rompía en llanto. Cada cierto tiempo, lo hacía, para limpiar sus ojos, hostigados por aquel huésped indeseable, que se hace presente cada invierno en la capital. Aquel huésped que nosotros mismos aceptamos en nuestra mesa de cada día, aunque no nos guste.
La lluvia cae firme y orgullosa. El cielo obstinado se ciega, y no se da cuenta que no todos son culpables del ardor de sus ojos. Poco le importa que paguen justos por pecadores. Poco le importa que la señora Lucía no pueda ir a trabajar hoy y no tenga qué comer mañana. Poco le importa que los niños de Evelyn se enfermen del frío y la humedad. Poco le importa que Gastón pueda perder la vida arreglando su morada para la lluvia, ya que no se dio cuenta que las hechizas conexiones eléctricas se habían mojado. Poco le importa que la vida de pobres se llene de barro y la de ricos no se altere en lo más mínimo. Porque teniendo techo, estufa, abrigo y qué comer, no importa la lluvia, que siga cayendo que el aire estaba tan sucio. Que tanta falta hacía. Y que nuestras chimeneas y autos sigan envenenando al cielo, que no cuesta nada mirar hacia fuera y rezar por los que sufren.
Ha llovido por horas, y está haciendo cada vez más frío, pero al cielo poco le importa que en la gélida calle Pedro dificultoso, esté respirando sus últimas bocanadas en este mundo. Que sufriendo, su corazón lata débil sus últimos latidos. Al cielo parece no importarle que no tenga cómo cobijarse, o que ni siquiera pueda tener conciencia de que no vivirá más allá de esta noche.
Sí, se limpian los aires, nieva la cordillera y brillan los árboles de invierno al día siguiente, cuando amaina. Cuando las chimeneas siguen trabajando. Cuando tantas señoras Lucía no tienen qué comer. Cuando cientos de hijos de Evelyn están enfermos en un anegado refugio municipal, sin entender porqué su mamá no los puede llevar a un hospital. Cuando tantas familias de Gastón han quedado sin cabeza, y cuando una semilla de rencor en vez de futuro ha sido sembrada en sus corazones. Cuando Pedro y otros tantos sucumbieron inconcientes ante el frío que cala de madrugada, ante la muerte que recorre las calles. Cuando el sufrimiento se hace anónimo y el llanto, colectivo. Cuando yo y tantos otros aún seguimos en el escritorio escribiendo y mirando lo que pasa allá afuera.
Amaina y la conciencia cierra los ojos.



domingo, 10 de junio de 2007

Entrevista II

Para comprender esta segunda entrevista, es necesario leer la primera, que se encuentra un poco más abajo en este mismo blog. Los dejo en entrevista exclusiva con...

Cómo me duele el cuello…Buenas noches.
Sucede que de un día para otro dejamos de ser niños. Nadie nos preguntó nada. Nadie se molestó en saber nuestras preferencias. Tal vez si yo hubiera elegido libremente la opción de crecer, no me sentiría desdichado o demasiado apremiado por esta vida exigente y perversa. Ni siquiera tengo ese consuelo, que todo esto sea culpa de mi actuar. Nada.
Sin previo aviso, cambiaron mis tardes de juego por horas de mente agónica. Cambiaron mis noches de tibio sueño por horas de nulo sentido del equilibrio, por horas de inexistente sentido de la dignidad. Cambiaron esa inocencia ingenua que mis ojos no conseguían ocultar, por el hecho de sentirme más culpable que cualquiera de mi familia, simplemente por saber demasiado. Cambiaron un presente feliz por un futuro que nada más pende de un hilo. Y que sin mucho, se puede cortar. Tranquilos, no veo tijeras por ningún lado. No en este escenario.
La vida en todas sus facetas me agobia, me traiciona, me miente, y no hago mucho al respecto: me dejo agobiar, la perdono y le creo. Claro que no tardo mucho en morderme la lengua. Y pasan los días y realmente nada sucede.
Me dejo manipular por el curso de la vida. Lo confieso, tal vez sea mejor sólo callar y acatar. Doblegar el ego una y mil veces, creer que esto es un sueño, un mal sueño. Pero me pregunto, ¿si muriese mañana, qué quedaría? ¿Cuales habrían sido mis logros? ¿Quién me recordaría? Sólo fui uno más que siguió el predecible rastro de la rutina. ¿Demasiadas preguntas? Tal vez sea mejor morderme la lengua.
Miro a mi alrededor y no tardo mucho en encontrar personas que viven en aquel estado tan anhelado por mí, veo personas que incluso lo ignoran, eso me perturba. ¿Acaso ustedes saben cómo he de proceder? Ya veo.
Me han criticado que normalmente hablo mucho de los días de la semana, y de una cierta obsesión con el tiempo y sus más diversas nomenclaturas. Por una parte, me reconozco un referente perpetuo al calendario. Al reloj. Pero, ¿qué más puedo hacer?, si al pasar el tiempo, no me queda más que el recuerdo de números y fechas, días y páginas, absolutamente carentes de todo aquello que les dé valor sino como fechas y números, en sí, vacíos.
Antes, aspiraba a la felicidad, a trascender, a sobresalir de entre el común de los mortales. Aspiraba a la inmortalidad, al inconciente colectivo. Ahora aspiro tímido a una vida con tintes de mediocridad y con alguno que otro logro modesto. Pretendo la absoluta normalidad y anhelo su camuflaje.
No tengo temas más interesantes de qué hablar, lo siento. No quiero irme aún. Siento que no lo he dicho todo, es decir, hablaría más de lo mismo pero prefiero quedarme. ¿No hay rating? Hace frío allá afuera. ¿Salir del escenario? ¿Fuera del canal? ¿Qué obtengo de una salida sigilosa? ¿Qué gano con un escándalo? Lucha. ¡Déjenme! No tienen idea de lo que hacen. ¡Díganle que la amo, que siempre la amé! Esto no estaba en el contrato. ¿Nunca hubo contrato? ¿Esto no es un canal de televisión? ¿De nuevo esas jeringas, pero qué mier…?

martes, 5 de junio de 2007

Glorias pasadas.

Este pequeño poema, habla de un hombre caído en sombras, con un pasado brillante. Muchas veces nosotros mismos nos sentimos como este hombre. Ojalá les guste.


Ayer era un visionario,
Hoy llevo la mirada perdida.
Ayer jugaba a las escondidas,
Hoy vivo escondiéndome.
Ayer me vestía de terno y corbata,
Almorzaba en restoranes iluminados,
Dormía tranquilo por las noches.
Hoy, me visto de harapos,
Pido comida en antros de mala muerte,
Y no recuerdo cuándo fue la última vez que cerré los ojos,
Al menos gracias al sueño.
Ayer era un filántropo como pocos,
Hoy recojo monedas en las plazas.
Ayer era un firme pilar,
Hoy mi voluntad está quebrada.
Ayer te tenía al menos en sueños,
Hoy esos sueños me los robaron.
Ayer fue un día mejor que hoy,
¿Mañana lo será?


martes, 29 de mayo de 2007

Oda a la guitarra

Cambiando un poco lo que ha sido la tónica de mis posts en este blog, les entrego este poema un poco más "light", no tan existencialista, un poco más cuerdo. Lo escribí el año pasado, en honor al gran amor de mi vida: la guitarra.


Tú me entiendes,
Yo te entiendo,
Nos entendemos.
Y sólo espero quebrar,
Una vez más,
Tu silencio esquivo,
Tomarte por tu cuerpo pulido,
Del trabajo del lutier,
Tu madera sabia,
Frágil y precisa,
Tímidamente,
Mover cada uno de mis dedos,
Hacia el espacio indicado,
Presionar con justeza,
Sin dejar que tus cuerdas,
Se libren del suave contacto,
Con tu hermoso cuello,
Y sin dejar,
Que por mucha fuerza,
Lo dañen, se dañen,
Para así acariciarnos,
Yo tus cuerdas,
Tú mis dedos,
Y dejar escapar esa melodía,
Etérea, perfecta y ágil,
Que irá a volar,
Hacia sus oídos,
Irá a seducir su calma,
Irá a invitarla a mi lecho,
A lo más profundo de mi alma.
Y harás bailar a cada piedra,
Y suspirar a un auditorio de árboles,
Te ovacionarán las montañas,
Que al eco de tu canto,
Han cobijado.
Porque tú me entiendes,
Yo te entiendo,
Nos entendemos.

viernes, 25 de mayo de 2007

Entrevista.

Los dejo en entrevista exclusiva con...

Buenas tardes. Me creerás un loco, un ridículo trastorno en la perfección de tus planes, pero ya no quiero ser el Presidente de la Sociedad de Enamorados Que Jamás Serán Correspondidos (SEQJSC). Lo siento. También, estimo necesario abandonar mi cargo honorífico en el Senado de Alcohólicos Que Creen Ser Anónimos (sin siglas). Espero me entiendas. Hoy me desperté queriendo abandonarme, queriendo volver atrás en el camino, tomar otras bifurcaciones, elegir otros compañeros de viaje. En fin, es por esto que no es raro que quiera olvidarme de quién soy, de cómo soy, de porqué soy… ¿para donde voy? No es imprescindible ya que mi futuro no me lleva a ninguna parte.
Quiero nuevas oportunidades, nuevos talentos, nuevos escenarios y nuevos papeles. Nuevos cuadernos.
Quizás me habría gustado vivir en otra época y en otro continente: nacer en el Liverpool de los años cuarenta, estudiar en el colegio que congregaría a los futuros Beatles, ser amigo de infancia de George Harrison, llegar a la plenitud creativa, ser un pequeño dios.
No está nada de mal. Tómalo como un ejemplo. Estoy cansado de esta vida que me tiene como inmóvil espectador de su frágil existencia, como un poeta ante una hoja de cálculo o un notario frente a un papel en blanco. Me creerás un loco, lo sé. Pues se me ocurrió que tal vez yo tengo los mismos derechos que las otras almas a acceder a eso que llaman felicidad. No entiendo bien de que se trata, pero según lo que he leído, es mucho mejor que mi actual estado: incertidumbre ante cada peldaño de la vida, ansiedad ante cada segundo que pasa, y una sensibilidad que no es capaz de desarrollar resistencia alguna a los vaivenes del día a día.
Me cansé de mirar. Quiero hacer cosas. Quiero dejar este cuerpo inerte y cambiar a cada persona a mi alrededor. Quiero ser fundamental para el bienestar de mi entorno. Espera, aún no termino.
Así como renuncio a la presidencia del SEQJSC, me gustaría que alguna vez que me enamore, sea la otra persona la que tenga que vivir esas eternas horas vacías de vida, esa autoflagelación, ese infierno: la espera y la incertidumbre, sea ella quién se lleve la mayor parte de las dudas y yo la del cariño. Permítemelo, abre esa puerta en mi vida. No creo que sea tan difícil, sobre todo para alguien con tus facultades.
No quiero ser majadero, me creerás un loco, pero no estoy conforme conmigo mismo, me reconozco irremediablemente mediocre, y me avergüenzo de lo que fui, de lo que soy y de lo que seré. ¿No soy el primero?
Tal vez recordarás aquel poema que se le atribuye a Borges, en el que escribe las cosas que él haría si pudiese vivir de nuevo. Si, ya sé que ese poema es casi un cliché. Bueno, te pido lo mismo que ese supuesto Borges en sus letras, pero con toda una vida por delante. Llévame a trascender. ¿No se puede? Llévame de nuevo a la pureza del alma infantil. No, quiero ser blanco como un niño, pero no por eso dejar de lado los sabrosos misterios de la vida adulta. ¿Muy difícil? Ayúdame a encontrar un equilibrio entonces. ¿Me dices que es imposible lo que te pido? ¿Que debo vivir la vida que me tocó vivir, sufrir las penas que me tocó sufrir, olvidarme de la dicha? ¿Y qué, si te digo que me parece tremendamente injusto lo que dices? Ni amar he podido. Conozco la mayor parte de los sentimientos o conceptos agradables, gracias a la lectura y la televisión, por vivir vidas ajenas, por vivir de vidas ajenas, por mi alrededor. ¿No debo insistir más? ¿No hay vuelta atrás? ¿Que pase el siguiente? Quiero ser feliz. ¿Llamas a
seguridad…?! Quiero una nueva oportunidad, te lo imploro, un nuevo horizonte, un nuevo sueño. ¿Y estos hombres?¿Para qué son esas jeringas?¡¡Suéltenme!! ¡Quiero ser otro! ¡Déjenme, déjenme! Prefiero no ser entonces, ¡ahhhhgg! ¡En el cuello nooo! Cuidado… que duele. Ya no.
Prefiero…ser… (Nada).



jueves, 24 de mayo de 2007

La oscuridad y su mala influencia

Este poema, que escribí en Enero si no me equivoco, trata de adentrarse en el oscuro mundo de la noche, de los sueños, de los ojos cerrados, de los ojos que se quieren cerrar.

¿Acaso me temes?
El que no veas bien las cosas,
No significa que ya no estén.
O que te quieran comer.
Cierra los ojos.
Fúndete en la placentera muerte temporal.
Es tan tibia.
Olvídate de la ajetreada agenda semanal.
Te doy envidia.
Lánzate al ocaso,
Sin escudos,
Al desnudo
Sin armas ni ejércitos de ángeles,
Sin oraciones ni tiernos cuentos maternales.
Si cierras los ojos,
Algún día tendrán que abrirse,
Al menos en lo que a mi negocio respecta.
Duerme callada,
Acostada,
En tu cama,
Con la luz apagada,
Ponte el piyama,
Duerme.
Duerme.

.

martes, 22 de mayo de 2007

Sábado

Este cuento lo escribí el año pasado. Hace algunos días, lo envié a un concurso, ojalá le vaya bien. Sin más, espero que sea de su gusto.

El inconfundible sonido de un vidrio roto los detuvo. Felipe se puso de pie y se ordenó un poco la ropa, no fuera a ser que le dijeran algún comentario mal pensado (y con toda razón) al respecto.
Se dispuso a salir de la pieza, pero antes le dijo a Camila que regresaría de inmediato, que sólo iría para poner un poco de orden en el piso de abajo. Ella asintió sin mayores problemas. Llevaban ya tres años de feliz pololeo, sin ningún sobresalto importante. Bajando las escaleras, Felipe se encontró con Nicolás y le pidió que por favor se quedara con Camila unos minutos y que vigilara que no entrara nadie a la pieza mientras él estaba en el piso de abajo, ordenando una fiesta que parecía irse de las manos. Y efectivamente, no fue menor la sorpresa para el
dueño de casa cuando se encontró con el desolador panorama: dos botellas de vino rotas en el suelo (las mismas que descorchaba su padre en ocasiones especiales), la mano llena de sangre de una Sofía demasiado borracha para darse cuenta que se estaba cortando, rodeada por una multitud de curiosos que poco y nada hacían para ayudarla, y el teléfono que sonaba estéril ante los oídos sordos de los invitados, seguramente desde hacia varios minutos.
Paralelamente al pequeño infierno que se vivía en el primer piso de la casa, Nicolás miraba a los ojos a la polola de su mejor amigo mientras le hacía cariños en el cuello, cariños que luego serían tímidos besos.
Contestó el teléfono, era la vecina, que amenazaba que si no bajaban la música, llamaría a Carabineros. Luego fue a atender a Sofía, dispersó con esfuerzo a la multitud morbosa y la llevó con ayuda de un desconocido a la cocina de la casa, donde le lavaron los numerosos cortes de la mano, que por suerte no eran tan profundos. Le puso un improvisado vendaje, le pidió al ya no desconocido Cristóbal que llamara a algún amigo o familiar de la accidentada para que la viniera a buscar y la llevara a algún hospital, dio una vuelta por todo el jardín para chequear que no hubieran más botellas de vino de la reserva de su padre rotas en el piso, ni amigas de la infancia borrachas bañándose en sangre, y se puso a subir la escalera. Luego de avanzar dos o tres peldaños, se dio cuenta que había olvidado bajar la música. Ya realizadas sus tareas de anfitrión, tomó un vaso de agua y subió al segundo piso.
Nicolás y Camila eran como uno solo. Se encontraban inmersos en una desordenada secuencia de besos apasionados, agarrones, toqueteos, más besos, botones desabrochados, vasos de roncola, camisas arrinconadas en el suelo, puertas sin pestillo...
Un Felipe atónito, seguido de un portazo, unos pasos que bajaban corriendo la escalera, otro portazo y al fin el chirrido de la goma sobre el pavimento seguido por el sonido de un motor que se alejaba de aquel lugar a toda velocidad, hicieron reaccionar a los traidores, que apenas se habían percatado de que alguien había descubierto su nido de mentiras.
Para Camila, fue el fin de una relación que parecía estar entrando en una fase de demasiado compromiso. Para Nicolás, fue el fin rotundo de una amistad de toda una vida. Para Felipe, fue el mundo entero que le dio la espalda un sábado por la noche.
Ha sido un día excelente – dijo para sí. Todo le había salido según los planes. El pedido de más Mausers de 9” había llegado a la hora presupuestada, las municiones de 22” aún no se acababan, pese a estarse terminando el período más fuerte de la temporada. Su señora lo había llamado esa mañana. Asistiría a la inauguración de una exposición de un joven pero popular artista en la azotea de la Torre CTC, donde, según lo que ella misma le había dicho, se reuniría toda la farándula artística de la capital.
Eran las siete de la tarde, cerraría la armería en diez o quince minutos, a lo sumo, cuando entró a la tienda un tipo de estatura media, con barba y el pelo hasta el cuello de la camisa, con el diario de la tarde bajo el brazo. El cliente preguntó por una Mágnum de 9”. Sí señor, se la traigo inmediatamente – dijo en respuesta. El cliente abrió con cuidado la caja de aluminio, parecía disfrutar del frío brillo del metal bien pulido. Preguntó por municiones. Enseguida, el dueño de la armería le entregó una caja con un centenar de balas. ¿Algo más? – preguntó éste. El precio que el hombre de la barba pagaría por la pistola y las balas, terminaría por redondear el mejor día de la temporada en la armería Dantés. El cliente dejó el diario sobre la mesa de la caja, parecía buscar la tarjeta de crédito en su billetera de cuero. Mientras procesaba la compra, el dueño del lugar leyó el titular del diario que su cliente había dejado sobre la mesa: Mujer cae desde azotea de rascacielos. No, no era posible, existen muchos otros edificios que abren la azotea para que la gente la visite. Siguió leyendo, desesperado. Mujer identificada como Camila Sepúlveda, murió tras caer desde la azotea de la Torre CTC, a las dos de la tarde. No lo podía creer. Mientras entraba en pánico, su corazón parecía acelerarse hasta el extremo, y una gruesa gota de sudor corría por su cuello, se dio cuenta que el cliente se estaba afeitando la barba tranquilamente enfrente de él. De pronto, reconoció en aquel rostro lampiño a un antiguo amigo. Felipe tomó la Mágnum y la cargó con dos balas, mientras Nicolás parecía estar cada vez más cerca de explotar. ¿Me recuerdas? –dijo, apuntándole el pecho con el arma recién adquirida. ¿Me recuerdas? –preguntó nuevamente. Seguido de esto, descargó dos tiros sobre la frente de Nicolás, tomó el diario salpicado de sangre, salió tranquilamente de la armería del hombre que le había arruinado la vida y se subió a su auto. Tomó el diario y despegó cuidadosamente el titular falso que había pegado en la primera plana de un diario de la tarde. Era un día sábado.

domingo, 20 de mayo de 2007

La resaca (otra vez, implacable)

A modo de inaugurar mi blog, les dejo este cuento que escribí ayer en la noche. Disfrútenlo.


Era un domingo por la mañana, cuando un látigo de luz encandiló con poca delicadeza unos ojos que se habían cerrado muertos, ya hacia varias horas. Y otra vez esa indescriptible sensación que se siente cuando se nos niega el descanso, cuando se le arrebata de un golpe la autoridad a la voluntad más poderosa de nuestro ser: el sueño. Masticando de mal humor tal sentimiento, apretó su almohada contra su cara, tratando evadir lo inevitable: debía levantarse. Ducharse. Tomar algo de desayuno, aunque el alcohol, aún presente en su sangre, no le perdonara su obvia deuda biológica por los servicios prestados la noche anterior. Vestirse bien. En un acto de resignación casi masoquista, de voluntades quebradas, se paró de un salto de aquella cama, en cuyas sábanas, gustoso se habría dejado envolver por el resto de la eternidad. Así era la realidad, el fin de semana, tan esperado, había terminado. Ahora le seguía esa hora de semi conciencia en la iglesia, seguida de la interminable salida del rito, sus padres y los infaltables y poco empáticos saludos a los conocidos, a los conocidos de los conocidos, al cura. Almuerzo con los abuelos, ¡qué alegría! (está siendo sarcástico, seguro) Nunca entendió cómo los discursos de su abuela podían incluso lograr que no se percatara de lo sabroso que estaba el banquete que había preparado su madre con tanto esmero. No podía ni mirar la fina botella de vino que su padre había traído a la mesa, enfrente de él ese olor de nuevo, le daba náuseas. Lo único rescatable de aquella patética situación era que nadie notaba su estado, lo mal que se sentía, nadie se percataba de su existencia. No debía hablar mucho y todo estaría bien. Y entre senadores corruptos, pastores evangélicos que parecían más santos que Dios, una juventud perdida que sólo sabía carretear y las ganas de que todo pasara lo más rápido posible, se había terminado el almuerzo y ellos se habían ido.
No es que no los quisiera, de hecho, su abuelo le caía muy bien, con su ácida mirada de las cosas y su inteligencia admirable, y a su abuela, igualmente la quería, a pesar de sus espasmódicos impulsos de convertir al cristianismo a todo lo que se moviera. En cualquier otra circunstancia todo habría sido distinto, podría haber participado, incluso podría haber contado algún chiste.
Ahora debía dormir una corta siesta, para luego comenzar a estudiar la prueba que tenía mañana lunes.
El fin de semana se había terminado: otra vez más quedaban en nada las ganas de trabajar del lunes, los sueños de amor del martes, que estaba seguro se concretarían el viernes, o cuando mucho el sábado, las dudas existenciales del miércoles, el proyecto de ir a andar en bicicleta en el fin de semana del jueves, las promesas borrachas del viernes por la noche, las promesas más borrachas aún del sábado por la noche…todo quedaba en la resaca del domingo, la expiación de todas sus culpas. Todo quedaba en nada. Otra semana perdida. Y no había nada que le hiciese creer que esta semana, que amenazaba con empezar, sería distinta en algo. ¿Qué podría cambiar? Estaba estancado en esta cruel secuencia desde que podía recordar. No, existieron días en los que la semana no transcurría en forma tan odiosamente ordenada, tan odiosamente calculada, que tan odiosamente lo mantenía empañando (y sin mucho éxito) los vidrios de su inalterable existencia. De todas maneras, no podía recordar cuándo fueron esos días, al menos no así, con la cabeza que quería explotar y destruir el mundo, con ese estómago que se pronunciaba en una polifónica sinfonía de dolorosos ruidos, con el sueño cortado en diez y siete partes, con los músculos cansados y desganados, con el ánimo en el suelo. Estaba cansado de terminar igual cada domingo, sintiéndose como un náufrago que pasó meses en una isla sólo, irremediablemente sólo. Cada plan, cada sueño que cruzaba su frágil mente, luego de pasar por un etéreo momento de máxima expectación, por un clímax tristemente imaginario, terminaba como él: destrozado, sin nada entre las manos, con una caña que no le dejaba tranquilo, con el amargo sabor de la derrota arraigado hasta lo más profundo del alma ¿Qué esperaba que sucediera entonces? ¿Qué debía cambiar en su vida para que esta volviera a tener un sentido claro? Quizás esperaba romper con la monotonía. Quizás esperaba que el próximo fin de semana sí fuera a andar en bicicleta con algún amigo. Quizás esperaba que ella se enamorara de él, de alguna forma mágica, impensable, milagrosa. Quizás esperaba que alguna vez, algún sueño trascendiera las barreras del imposible que le condenaban a morir. Quizás esperaba que Dios tomara el control de su vida.
Quizás podría haber esperado todo eso, pero antes, en otro tiempo. Ya no.
Ahora sólo podía esperar que se le pasara la resaca.