martes, 26 de junio de 2007

El suicida del XXVI

Este cuento habla de lo que tristemente en ocasiones, es el último recurso en los planes del ser humano: la muerte autoinfringida, más conocida como "suicidio". Paradójicamente, el mensaje entre-líneas que entrega esta historia, es positivo y nos invita a tomar el control de nuestras vidas, a ejercer justa soberanía sobre nuestro futuro.
Como consejo para la lectura, pongan atención a las voces narrativas.
Aprovecho de aclarar, que lo que escribo es ficción pura y no tiene ninguna relación con la realidad.

Miró por última vez hacia atrás, como si buscara, como si esperara que alguien apareciera corriendo y que en infinito desasosiego le pidiese que por favor no saltara, por que él era importante en este mundo, que él era fundamental en su vida, que por favor no saltara. Nadie apareció, hecho que lo motivó aún más a concretar sus planes suicidas. Puso su pie izquierdo sobre el borde del balcón, luego su pie derecho y miró hacia abajo. Todo se veía tan distinto desde un piso veintiséis, las personas eran ínfimas, los problemas, insignificantes.
¿Cómo se verían desde un piso treinta y nueve, o desde un piso ochocientos cuarenta y tres? Seguramente las personas se verían aún más pequeñas o simplemente no se distinguirían entre el cemento y los fierros de la calle. Pero desde ahí, en el balcón del piso veintiséis, toda mi vida y mis problemas se apreciaban en toda su magnitud. Esto me agobia. Quizás, cuando mi cuerpo golpee inerte la acera, mis problemas desaparecerán y yo seré como una de esas ínfimas personas, una anécdota de la calle, un número que borrar del registro civil.
Qué extraño espectáculo protagonizaría aquella tarde. No pasaría desapercibido por ningún peatón. Quizás, aquel vuelo estrepitoso podría acabar con la vida de otra persona, o talvez, destrozar el parabrisas de un auto perdido en el tiempo y el espacio. De todas maneras, alimentaría el morbo de cientos de transeúntes curiosos, y podría causar algún atoramiento vehicular. Sería mencionado en un impersonal reporte noticiario, como un olvidable nombre entre tantos otros jóvenes cobardes que acabaron con su vida durante el primer trimestre del año dos mil y algo. Eso, si es que aquel día, los canales de televisión se encontraran escuálidos de hechos noticiosos más interesantes que el suicidio de un anónimo. De lo contrario, sólo sería recordado por quienes presenciaran su caída, o su cuerpo desfigurado en la calle rodeado por personas ociosas, o en el mejor de los casos, sería recordado por todos los que lo vieron cubierto de una fría manta naranja. No, así no podrían verle la cara.
Realmente no me importa no haber logrado nada en esta vida, realmente no me importa ser un mal ejemplo para cientos de personas infelices que planean suicidarse. Que ellos salten. Nos veremos en el infierno. Les juro que no me importa ensuciar con vísceras el pavimento o asustar a los niños y señoras sensibles que no se deleiten al ver mi destrozada columna vertebral. Lo único que lamento es causar dolor a mi familia, quienes fueron los únicos en tener fe en mí, quienes creyeron ilusamente que yo podría cambiar el mundo. Supongo que no merecen esto, pero es un costo que debo pagar. Tal vez si saltara desde unos cuantos pisos más abajo, mi cuerpo no sería destrozado en forma tan brutal. Así mis hermanas pequeñas no tendrán pesadillas por las noches, y así los chicos de la funeraria podrán reconstruir mi cuerpo lo suficiente para verme presentable en el cajón. Siempre me gustó verme bien.
Bajó por las escaleras del edificio hasta el piso catorce. Tocó la puerta de un departamento y pidió permiso. Se sorprendió al ver la bella decoración de aquel inmueble, y se detuvo algunos segundos a apreciar una que otra pintura colgada en las paredes de aquel departamento. Le habría gustado dejar algo bello en este mundo, o simplemente algo que expresara su sentir. Algo tangible. Tomó un lápiz y un cuaderno que estaban sobre una mesa y dibujó a una persona saltando desde el piso catorce de un edificio. El dibujo era horrible. Se sintió inútil, se convenció de que jamás habría sido un buen artista y se dirigió hacia el balcón. Había dos niños jugando con un teatro de títeres. Se veían muy entusiasmados. Los observó detenidamente, prestando especial atención en los fabulosos diálogos que aquellos pequeños personajes de género entablaban. Hablaban de fútbol, de política, de la navidad y de sus vecinos. Mencionaron a aquel simpático joven que vivía en el piso veintiséis, que una vez, hace mucho tiempo, les había prometido que cuando pudiera manejar los llevaría al estadio. Se preguntaban si ya habría transcurrido suficiente tiempo como para que él pudiera haber conseguido un auto. Jamás pusieron en duda su promesa.
No puedo saltar acá, yo conozco a estos chicos, varias veces hemos jugado en los jardines del edificio. No soy quién para arruinarles una tarde de juegos con mis caprichos. Ellos no tienen idea de lo que les espera en esta vida, de que apenas crezcan un par de centímetros de más y las niñas dejen de ser simples enemigas, serán apuñalados por la espalda mil veces. Tampoco tienen porqué saberlo a esa edad. Que sigan jugando, ojalá puedan hacer algo más que yo. Mejor me voy a otro piso, donde pueda estar sólo.
Al disponerse a salir de aquel lugar, escuchó a uno de los jóvenes titiriteros que le preguntaba si ya había conseguido un auto para poder llevarlos al estadio. Desconcertado, le dije que sí, que la próxima vez que jugara su equipo favorito lo llevaría al estadio.
Bajó varios pisos más, tocó varias puertas, y ni siquiera se sorprendió ante la permanente negativa de quienes escuchaban los propósitos de su repentina visita. Finalmente, en el piso ocho le abrieron la puerta. Una despampanante joven le ofreció entrar y la gentileza de ofrecerle algo para tomar, solo ayudó a paralizarlo un poco más.
Nunca había visto tanta belleza reunida en una sola persona. Y esos ojos… Mi corazón se detuvo. Pareciera que ya estuviera muerto, que ya salté del piso ocho y que ya soy parte de un deslustrado pasado. No puedo entender cómo no la vi antes. Un par de meses visitándola por las tardes y el amor brotaría solo. Otra ironía más de esta puta vida. Otra burla del destino. Han sido tantas que ya no me importa, perdí la cuenta. Quisiera conocer al escritor borracho que entrega línea tras línea a esta historia, ese que transformó mi vida en un drama, en un enredo tortuoso. Ese que le puso candado a mi felicidad y tiró la llave al mar. Arreglaremos cuentas. Bueno, pretendo verlo pronto.
Ella no parecía entender el complicado proceso que daba lugar en la mente y el corazón de su desafortunado huésped, y le preguntó secamente si iba a dignarse a pasar. Él entró en desesperación. Se sentía un cobarde. Toda su vida había sido un cobarde. Nunca había luchado por lo que le importaba, siempre se contentó en la mediocridad de ver cómo el agua se escapaba de entre sus manos, mirar cómo la vida se destruye si uno la abandona. Se dio cuenta que el bastardo que había alterado los guiones de su historia era, sin lugar a dudas, él mismo. No le respondió y salió corriendo. No sé cuantos pisos subió, pero estoy seguro que finalmente acabó bastante más abajo que el piso octavo. Lo vi tropezar incontables veces. Se paraba y seguía corriendo. Se daba cuenta que nuevamente estaba desistiendo de sus propósitos. Nunca concretaba nada. Sus planes eran un chiste que no sacaba risas. Mis planes eran chistes que no sacaban risas. No puedo ser así de mediocre. Pensó que al menos, el suicidio era un escape digno. Nunca le declaré mi amor a nadie, nunca luchó por cambiar esas injusticias de las que tanto hablaba. No tenía la menor idea del piso en el que se encontraba, lo único que noté es que las personas de la calle se veían bastante cerca. Él podía ver claramente sus ropas, su estilo al caminar, incluso divisé sus preocupaciones y problemas. Todo se veía suficientemente grande. Encontré una ventana que daba a las escaleras del edificio, la rompió con violencia, y sin pensarlo mucho me paré sobre el marco y miró al cielo. Miré al cielo y saltó sin pensar. Al fin había echo algo que valiera la pena. Por fin se había atrevió a saltar. No, me había, se había, saltamos. Nos habíamos suicidé al fin, cuando apareció ella corriendo desde el edificio e insistió terca en curarme los rasmillones.

No hay comentarios.: