viernes, 16 de noviembre de 2007

La mejor juventud

"Ahora sólo podía esperar que se le pasara la resaca."


Como escapando del asedio de un demonio, a quién trataba de esquivar en convulsas piruetas sobre la almohada y la cama (gracias al cual podría decirse que el sueño fue en vano, intranquilo), abrió los ojos, inmersos en aquel caos de chaquetas, camisas, cuadernos, papeles, billeteras y difusos recuerdos conservados en alcohol. Dormía con ropa. Levantó la cabeza y el cuerpo brevemente, como para tantear tímido un campo minado, y en pocos segundos cayó ingrávido sobre la cama y la almohada. Aún estaba mareado, tragó saliva y casi vomitó del asco al sentir el dulzón saborcillo del ron impregnado a su garganta. En un esfuerzo titánico, se puso de pie de golpe, se aventuró hacia la puerta, se colgó de la manilla, y dejó la puerta abierta para ventilar la pieza (a su madre no le gustaba sentir el ácido olor a trago fermentando en ninguna habitación de la casa, es una casa decente). Decidió prolongar su odisea por el pasillo hacia el baño, hasta al espejo que le revelaría gentil su patética imagen. Se mojó la cara con ambas manos, tomó una aspirina y optó por volver a su malograda guarida cuanto antes. Pensó que ya no podría dormir, con la caña, el ruido de la casa y todo, y prefirió tocar algo de guitarra tapado por las sábanas hasta al pescuezo. A los pocos segundos, se arrepintió de haber tomado la guitarra, y prefirió mantenerla como un simple estorbo curvilíneo entre su cuerpo y la pared, cual si fuera esa deseada mujer que jamás había puesto un pie en aquella cama.
Lentamente la resaca florecía, interrumpiendo un par de cortos episodios de sueño liviano y percepción alterada, los que lo mareaban infinitamente. La resaca florecía ya no tan tímida, sino como brutal flor primaveral, reclamando su cuerpo, quizás aún su alma (pacto con el diablo)… primero su estómago en truenos y tifones, luego su esófago en oleadas de acidez, la garganta en cascadas de saliva que lo mantenían visitando el baño con urgencia a vomitar lo poco y nada que de la noche anterior aún se mantenía llenando su estómago, y la cabeza, clavándole cientos de agujas frías y largas en la frente, atravesando impávidas el cráneo, de un solo crujido las meninges y penetrando suaves la materia gris como si fuera mantequilla (el desayuno).
Sólo la inoportuna visita de una tía y su consiguiente saludo desde el pasillo a su lecho de muerte le recordaron que había olvidado cerrar la puerta, dejándolo en vitrina, como a un mono en una jaula (concurrido zoológico). Balbuceó unas palabras en respuesta y dobló con fuerza la almohada contra su cara, apaciguando en alguna medida el infierno que se vivía en su cabeza y su estómago vacío. Los ataques de vómitos aún persistían pero pasado el quinto o sexto de dichos ataques, comenzó a hacerles caso omiso y se contentaba simplemente con eructar esperando resignado que no escapara algún residuo rebelde de bilis por su boca cristalizada.
Seguía borracho, tenía que ir a misa, le gritó a su madre que no iría, que estaba cansado, buscó el sueño (o la inconciencia) durante algún rato más hasta que encontró media hora de tregua entre las doce y las doce y media.
El sueño (sí, soñaba) se mezclaba con las dudosas percepciones de unos ojos parcialmente cerrados, en un desenfrenado frenesí surrealista que terminó por asustarlo y echarlo a patadas de la cama hasta la ducha.
El asado transcurrió de manera casi normal con el detalle de que no probó bocado y fue blanco de las burlas de sus primos mayores y algunos sagaces primos menores durante gran parte de la celebración. A la hora de los postres recuperó algo de su apetito y se sirvió mucha fruta y helado de vainilla, con un cierto orgullo, sintiendo gota a gota ese pequeño atrevimiento bajar por su garganta (al fin no más ron) que calló (menos mal) el “te tomaste hasta el agua de los floreros” que se disponía a salir de la boca de un tío bueno para la talla.
Se despidió victorioso de todos y le dijo a sus padres que iría al cumpleaños de un amigo, sí, una completada en su casa, sí, los papás iban a estar (estoy cansado de que me traten como a un pendejo), no, no vuelvo hasta la noche.

Seis de la tarde y se destapaban botellas de cerveza brindando entre hot-dogs imaginarios y un asado de vidrio. Seis y cuarenta, nuevas botellas desfilaban, eso era el paraíso, demasiado tiempo alejado del cobijo que proporcionaba esa leve embriaguez, las carcajadas, los amigos, las bromas y las siete veinte y los discursos, los aplausos, se acabó la cerveza, no importa hagamos hora para abrir los destilados, y eso que todavía no empezaba la lluvia de declaraciones grandiosas, las revelaciones, uno que otro lloriqueo. Esos se escupían con dos piscolas encima.
Las nueve y cinco y hora demás para comenzar la parte interesante de todo este asunto, demostrar la hombría con el pasar victorioso de cada vaso, algunos “on the rocks” , otros apenas teñidos por cocacola, cada uno a su ritmo y las diez y un abrazo entre los cabros que los quiero tanto, el sonar de campanas de cristal y el vaso al piso, pero no importa queda un tercio de botella y sucumbió el primero que yace al fondo de la piscina (tranquilos, está vacía, suerte que no empieza aún la temporada estival, aunque un poco de agua amortigua bastante bien las caídas). No le pasó nada, sólo una rodilla pelada y le va a salir un chichón y parece que estoy soñando entre dos brazos de mujer y una percepción alterada, me marea hasta el infinito pero no importa, me dejo conducir, me obligan a vomitar, me causa gracia cómo la conciencia se aleja y no vomites la cama huevón por favor, si es un rato nomás, cuidado yo le pago al taxista, mañana arreglamos cuentas y fin de transmisiones.

Despertó intranquilo, le pesaba la conciencia y se le veía notoriamente sofocado por el frenesí (la embriaguez y los sueños en plena cópula), su mente en blanco, (la puerta cerrada) la guitarra contra la muralla sería la única mujer cercana a sus piernas por mucho tiempo más y el sabor dulzón del ron frente a los papás (¡y este olor a trago!) (¡Esta es una casa decente!) Te cachamos (es martes pos huevón). Castigado.




3 comentarios:

vinx dijo...

wena menácido

me gustó el cuento. está bien descrita la sensación dual y caótica de la caña; el ser sueño y vigilia, cansancio y deber.
deja el alcohol loco, ya van muchos cuentos con la wea.


vinx

Anónimo dijo...

Muy weno loko ... bien escrito, me reí.
Sigue con el alchol, no lo dejes, es la edad primavera.
Hay pasarla pa llegar al verano, estamos en Chile, no en el Caribe.

Anónimo dijo...

Jajaja ... wenisimo .... puta lucho, me cago de la risa con tus cuentos de experiencias con el alcohol, deberiai hacer un libro del tema .. jaja chaleka