En este cuento sigo profundizando en lo que ha sido mi tema trascendental este último tiempo: los dramas humanos.
Caminaba apurado, si bien no existía alguna razón para ello. Estaba cansado, había sido un día eterno en el trabajo, y el solo hecho de recordar que hoy era lunes le dio náuseas. Sólo esperaba llegar pronto a su casa, aunque realmente en su casa la situación no mejorara. De pronto se sintió agobiado, le costaba respirar. Se soltó el nudo de la corbata. Cerró los ojos.
Se detuvo un momento, respiró profundo y miró a su alrededor. Los mismos edificios que lo habían acompañado en todas esas caminatas durante años, hoy se veían distintos. Los vidrios más limpios, quizás la gente en su interior llevaba vidas más tranquilas. Buscaba una explicación para esta imprevista metamorfosis de su mundo. ¿O tal vez algo en él había cambiado? Seguía igual de flaco, pero su pelo quizás estaba un poco más sucio que ayer. Nada más. No era algo tan importante, simplemente iba caminando rumbo a su casa luego de un arduo día de estudios, cuando notó que una nueva luminosidad se apoderaba de los tristes y opacos edificios de aquel barrio. Decidió reemprender la marcha cuando sintió que sus pies caminaban ahora un poco más ligeros. Qué extraño, se dijo. Recordaba haber llevado una mochila. Se detuvo bruscamente, asustado. ¿A dónde se había ido su mochila? Miró fugazmente por sobre cada uno de sus hombros, iluso. No estaba. Maldijo algunos segundos, y siguió caminando. De todos modos, ¿qué llevaba en aquella mochila? ¿Acaso algo de valor? No lo recordaba. De hecho, no recordaba desde cuando había cargado aquella mochila. No debe haber tenido nada importante, sino lo recordaría. Se sorprendió de la ligereza de su andar. Al pasar enfrente de unas vitrinas, miró su reflejo en ellas y nuevamente se sintió sorprendido. El mismo resplandor que algunas cuadras atrás lo había hecho detenerse y mirar los edificios, ahora se proyectaba sobre su imagen. Se veía bien. Cada rasgo de su cara se dibujaba con mayor determinación, su ropa combinaba mejor que en aquella mañana, cuando el apuro le había impedido poner mucho cuidado en elegir qué ponerse. Siguió caminando. Todo el mundo parecía sonreírle. Un auto que iba por la calle contigua a su caminar, disminuyó su velocidad casi hasta detenerse, bajó los vidrios, y de su interior una preciosa niña le gritó un piropo. No pudo evitar sonrojarse. No estaba acostumbrado a ese tipo de situaciones. Ya faltaban pocas cuadras para llegar a su casa, cuando de pronto la vio a ella en la vereda contraria. Como siempre, su corazón pareció dejar de latir por algunos instantes y sintió que la sangre abandonaba su cuerpo. Tanto era lo que sentía por ella. Con sólo imaginarse juntos, todas las preocupaciones de su vida perdían relevancia. Estaba junto a ella y nada más importaba. Estaba junto a ella y podía acariciar su mano suavemente. Estaba junto a ella y sabía que lo único que necesitaba para ser feliz, estaba ahí, caminando a su lado. Aterrizó bruscamente. Cuanto amaba soñar, y dejarse envolver por lo que su mente y corazón, en un magnífico trabajo conjunto, le ofrecían. Hacerse sueño. Sintió su paso un poco más ligero. Ahora venía la parte triste: él sabía que esto era posible sólo en sus sueños. Qué injusto, su felicidad pertenecía al etéreo mundo de los sueños y la imaginación. Pero a diferencia del resto de las tantas veces que la había visto, en las que repetía indefinidamente la hermosa imagen de ir caminando tomado de su mano, y en las que muy rápido chocaba con la realidad, esta vez, algo le hacía pensar que la felicidad sí era posible. Tenerla a ella sí era posible. Darle un beso y mirarla a los ojos era cuestión de querer hacerlo con suficiente fuerza. Algo en su corazón lo animaba a intentarlo. El sueño esta vez se hizo presente con más intensidad que nunca. Su camino cruzaba el de ella y el destino era uno solo: la felicidad. Un tibio licor recorrió de arriba abajo sus entrañas, hasta llegar a la punta de sus dedos. Lo sentía gotear. Escuchaba el eco de su esperanza gotear...Ella estaba ahí, más presente que nunca, y su carita, el hermoso carruaje de las dos estrellas más brillantes del firmamento. Su pelo que definía sublimes melodías que el viento, coqueto, trataba de seguir. Sus labios amando mis labios. Mi piel jugaba y su piel reía. Su vida en mi vida. Una sola historia... Rápidamente cruzó la calle, y cambió su rumbo. Caminó con decisión por la vereda para alcanzarla, decirle cuanto la amaba, y fundirse en éxtasis hasta desaparecer. Algo en el aire le prometía el éxito. Algo en su reflejo le auguraba aquella anhelada satisfacción. La divisó a lo lejos. Ligero, esquivó a cuanto peatón distraído cortaba su paso. Ligero. Sus pies nunca habían caminado tan aprisa. La infinita separación parecía caer rendida ante su caminar seguro. Su corazón nunca había latido con tal violencia. Se encontraba ya a pocos metros. Su mirada jamás había buscado con tanta fuerza esos ojos. Frente a frente. Su lengua nunca había expresado con tanta gracia las verdades del corazón…
Se repuso de aquel desvanecimiento. En las últimas cuadras hasta su casa, su corazón albergó la triste certeza de que nunca nada cambiaría.
Caminaba apurado, si bien no existía alguna razón para ello. Estaba cansado, había sido un día eterno en el trabajo, y el solo hecho de recordar que hoy era lunes le dio náuseas. Sólo esperaba llegar pronto a su casa, aunque realmente en su casa la situación no mejorara. De pronto se sintió agobiado, le costaba respirar. Se soltó el nudo de la corbata. Cerró los ojos.
Se detuvo un momento, respiró profundo y miró a su alrededor. Los mismos edificios que lo habían acompañado en todas esas caminatas durante años, hoy se veían distintos. Los vidrios más limpios, quizás la gente en su interior llevaba vidas más tranquilas. Buscaba una explicación para esta imprevista metamorfosis de su mundo. ¿O tal vez algo en él había cambiado? Seguía igual de flaco, pero su pelo quizás estaba un poco más sucio que ayer. Nada más. No era algo tan importante, simplemente iba caminando rumbo a su casa luego de un arduo día de estudios, cuando notó que una nueva luminosidad se apoderaba de los tristes y opacos edificios de aquel barrio. Decidió reemprender la marcha cuando sintió que sus pies caminaban ahora un poco más ligeros. Qué extraño, se dijo. Recordaba haber llevado una mochila. Se detuvo bruscamente, asustado. ¿A dónde se había ido su mochila? Miró fugazmente por sobre cada uno de sus hombros, iluso. No estaba. Maldijo algunos segundos, y siguió caminando. De todos modos, ¿qué llevaba en aquella mochila? ¿Acaso algo de valor? No lo recordaba. De hecho, no recordaba desde cuando había cargado aquella mochila. No debe haber tenido nada importante, sino lo recordaría. Se sorprendió de la ligereza de su andar. Al pasar enfrente de unas vitrinas, miró su reflejo en ellas y nuevamente se sintió sorprendido. El mismo resplandor que algunas cuadras atrás lo había hecho detenerse y mirar los edificios, ahora se proyectaba sobre su imagen. Se veía bien. Cada rasgo de su cara se dibujaba con mayor determinación, su ropa combinaba mejor que en aquella mañana, cuando el apuro le había impedido poner mucho cuidado en elegir qué ponerse. Siguió caminando. Todo el mundo parecía sonreírle. Un auto que iba por la calle contigua a su caminar, disminuyó su velocidad casi hasta detenerse, bajó los vidrios, y de su interior una preciosa niña le gritó un piropo. No pudo evitar sonrojarse. No estaba acostumbrado a ese tipo de situaciones. Ya faltaban pocas cuadras para llegar a su casa, cuando de pronto la vio a ella en la vereda contraria. Como siempre, su corazón pareció dejar de latir por algunos instantes y sintió que la sangre abandonaba su cuerpo. Tanto era lo que sentía por ella. Con sólo imaginarse juntos, todas las preocupaciones de su vida perdían relevancia. Estaba junto a ella y nada más importaba. Estaba junto a ella y podía acariciar su mano suavemente. Estaba junto a ella y sabía que lo único que necesitaba para ser feliz, estaba ahí, caminando a su lado. Aterrizó bruscamente. Cuanto amaba soñar, y dejarse envolver por lo que su mente y corazón, en un magnífico trabajo conjunto, le ofrecían. Hacerse sueño. Sintió su paso un poco más ligero. Ahora venía la parte triste: él sabía que esto era posible sólo en sus sueños. Qué injusto, su felicidad pertenecía al etéreo mundo de los sueños y la imaginación. Pero a diferencia del resto de las tantas veces que la había visto, en las que repetía indefinidamente la hermosa imagen de ir caminando tomado de su mano, y en las que muy rápido chocaba con la realidad, esta vez, algo le hacía pensar que la felicidad sí era posible. Tenerla a ella sí era posible. Darle un beso y mirarla a los ojos era cuestión de querer hacerlo con suficiente fuerza. Algo en su corazón lo animaba a intentarlo. El sueño esta vez se hizo presente con más intensidad que nunca. Su camino cruzaba el de ella y el destino era uno solo: la felicidad. Un tibio licor recorrió de arriba abajo sus entrañas, hasta llegar a la punta de sus dedos. Lo sentía gotear. Escuchaba el eco de su esperanza gotear...Ella estaba ahí, más presente que nunca, y su carita, el hermoso carruaje de las dos estrellas más brillantes del firmamento. Su pelo que definía sublimes melodías que el viento, coqueto, trataba de seguir. Sus labios amando mis labios. Mi piel jugaba y su piel reía. Su vida en mi vida. Una sola historia... Rápidamente cruzó la calle, y cambió su rumbo. Caminó con decisión por la vereda para alcanzarla, decirle cuanto la amaba, y fundirse en éxtasis hasta desaparecer. Algo en el aire le prometía el éxito. Algo en su reflejo le auguraba aquella anhelada satisfacción. La divisó a lo lejos. Ligero, esquivó a cuanto peatón distraído cortaba su paso. Ligero. Sus pies nunca habían caminado tan aprisa. La infinita separación parecía caer rendida ante su caminar seguro. Su corazón nunca había latido con tal violencia. Se encontraba ya a pocos metros. Su mirada jamás había buscado con tanta fuerza esos ojos. Frente a frente. Su lengua nunca había expresado con tanta gracia las verdades del corazón…
Se repuso de aquel desvanecimiento. En las últimas cuadras hasta su casa, su corazón albergó la triste certeza de que nunca nada cambiaría.
1 comentario:
Vas bien José Antonio, pronto llegarás al infierno. Necesitas ponerle un poco más de sangre a tus escritos.
Sleep!
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