domingo, 20 de mayo de 2007

La resaca (otra vez, implacable)

A modo de inaugurar mi blog, les dejo este cuento que escribí ayer en la noche. Disfrútenlo.


Era un domingo por la mañana, cuando un látigo de luz encandiló con poca delicadeza unos ojos que se habían cerrado muertos, ya hacia varias horas. Y otra vez esa indescriptible sensación que se siente cuando se nos niega el descanso, cuando se le arrebata de un golpe la autoridad a la voluntad más poderosa de nuestro ser: el sueño. Masticando de mal humor tal sentimiento, apretó su almohada contra su cara, tratando evadir lo inevitable: debía levantarse. Ducharse. Tomar algo de desayuno, aunque el alcohol, aún presente en su sangre, no le perdonara su obvia deuda biológica por los servicios prestados la noche anterior. Vestirse bien. En un acto de resignación casi masoquista, de voluntades quebradas, se paró de un salto de aquella cama, en cuyas sábanas, gustoso se habría dejado envolver por el resto de la eternidad. Así era la realidad, el fin de semana, tan esperado, había terminado. Ahora le seguía esa hora de semi conciencia en la iglesia, seguida de la interminable salida del rito, sus padres y los infaltables y poco empáticos saludos a los conocidos, a los conocidos de los conocidos, al cura. Almuerzo con los abuelos, ¡qué alegría! (está siendo sarcástico, seguro) Nunca entendió cómo los discursos de su abuela podían incluso lograr que no se percatara de lo sabroso que estaba el banquete que había preparado su madre con tanto esmero. No podía ni mirar la fina botella de vino que su padre había traído a la mesa, enfrente de él ese olor de nuevo, le daba náuseas. Lo único rescatable de aquella patética situación era que nadie notaba su estado, lo mal que se sentía, nadie se percataba de su existencia. No debía hablar mucho y todo estaría bien. Y entre senadores corruptos, pastores evangélicos que parecían más santos que Dios, una juventud perdida que sólo sabía carretear y las ganas de que todo pasara lo más rápido posible, se había terminado el almuerzo y ellos se habían ido.
No es que no los quisiera, de hecho, su abuelo le caía muy bien, con su ácida mirada de las cosas y su inteligencia admirable, y a su abuela, igualmente la quería, a pesar de sus espasmódicos impulsos de convertir al cristianismo a todo lo que se moviera. En cualquier otra circunstancia todo habría sido distinto, podría haber participado, incluso podría haber contado algún chiste.
Ahora debía dormir una corta siesta, para luego comenzar a estudiar la prueba que tenía mañana lunes.
El fin de semana se había terminado: otra vez más quedaban en nada las ganas de trabajar del lunes, los sueños de amor del martes, que estaba seguro se concretarían el viernes, o cuando mucho el sábado, las dudas existenciales del miércoles, el proyecto de ir a andar en bicicleta en el fin de semana del jueves, las promesas borrachas del viernes por la noche, las promesas más borrachas aún del sábado por la noche…todo quedaba en la resaca del domingo, la expiación de todas sus culpas. Todo quedaba en nada. Otra semana perdida. Y no había nada que le hiciese creer que esta semana, que amenazaba con empezar, sería distinta en algo. ¿Qué podría cambiar? Estaba estancado en esta cruel secuencia desde que podía recordar. No, existieron días en los que la semana no transcurría en forma tan odiosamente ordenada, tan odiosamente calculada, que tan odiosamente lo mantenía empañando (y sin mucho éxito) los vidrios de su inalterable existencia. De todas maneras, no podía recordar cuándo fueron esos días, al menos no así, con la cabeza que quería explotar y destruir el mundo, con ese estómago que se pronunciaba en una polifónica sinfonía de dolorosos ruidos, con el sueño cortado en diez y siete partes, con los músculos cansados y desganados, con el ánimo en el suelo. Estaba cansado de terminar igual cada domingo, sintiéndose como un náufrago que pasó meses en una isla sólo, irremediablemente sólo. Cada plan, cada sueño que cruzaba su frágil mente, luego de pasar por un etéreo momento de máxima expectación, por un clímax tristemente imaginario, terminaba como él: destrozado, sin nada entre las manos, con una caña que no le dejaba tranquilo, con el amargo sabor de la derrota arraigado hasta lo más profundo del alma ¿Qué esperaba que sucediera entonces? ¿Qué debía cambiar en su vida para que esta volviera a tener un sentido claro? Quizás esperaba romper con la monotonía. Quizás esperaba que el próximo fin de semana sí fuera a andar en bicicleta con algún amigo. Quizás esperaba que ella se enamorara de él, de alguna forma mágica, impensable, milagrosa. Quizás esperaba que alguna vez, algún sueño trascendiera las barreras del imposible que le condenaban a morir. Quizás esperaba que Dios tomara el control de su vida.
Quizás podría haber esperado todo eso, pero antes, en otro tiempo. Ya no.
Ahora sólo podía esperar que se le pasara la resaca.

9 comentarios:

vinx dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
vinx dijo...

Me gustó caleta, sobre todo el final. Encontré muy buena la idea de preocuparse solamente por el presente por ya no confiar en el futuro.
La apaño y la comparto.

Anónimo dijo...

Menitaa!..

puchaa no alcanse a leer el texo. Que mi hermana me saco del computador. otro dia te dejo otro comentarioo..
bueno chaooo que ti bn.

M. Lucero dijo...

wena compare, esta weno weno, me senti bastante identificado, no tanto con la caña, pues no suelo reventarem tomando, si no con el hecho de pasar y pasar semanas y no hacer nada realmente. esta rebueno a pesar de que puta que me costo leer XD si no me recibo de ingeniero no sirvo pa naa jaajja


saludos

Anónimo dijo...

Me gustó mucho, se refleja muy bien monotonía con que a veces vivimos a diario. Y un gusto amargo: Buenísimo final.

Anónimo dijo...

Juyyuuy... me gusto harto. De alguna forma u otra representa momentos (quizas no al 100 %) que tu has vivido, y q casualmente, yo tambien. Es por lo dicho q me gusto tanto, reflejaste muy bien la vida cotidiana en sus momento deplorables.

Anónimo dijo...

Una sonrisa o una palabra porian cambiar el día a día y hacer que esto quede en un cuento, no en una realidad. Que esto suceda depende solo de uno y a lo mejor si encuentras a la persona indicada, que te muestre las cosas bellas de la vida podrias encontrar la verdader felicidad.

Anónimo dijo...

anónimo:

lo que dices de la felicidad es muy cierto, claramente. pero no nos olvidemos que lo que acá se lee no es más que ficción, creación literaria, etc...no mi vida precisamente. porfavor ser cuidadosos a la hora de hacer relaciones apresuradas.

Anónimo dijo...

Esta calro que esto es una cracion literaria pero iempre la obra del artista esta ligada as u personalidad y sentimientos mas profundos.

Nadie puede escribir acerca del amor sin antes haberse enamorado y haber sentido ese sentimiento tan indiscriptible que nos hace sufrir y a la vez reir como lo es el amor.