lunes, 18 de mayo de 2009

Guía para el turista

A partir de las cinco de la tarde, cuando la vida se reactiva tras la juerga de la madrugada pasada, será difícil ocultar el asombro al observar a los callejones mientras corren libres entre la luz de las pupilas y los aromas afrodisíacos que afloran a cada segundo para ajusticiar a cuanto amante torpe pusiera pie en la ciudad. Es cuando escapa el polvo que levantan los caminantes de sueños, polvo que normalmente alcanza las narices de todos los transeúntes sin lograr entrometerse en las vicisitudes de quienes han llenado sus minutos con frutos de la tierra y joviales noches de verano. Así transcurre la tarde en la ciudad: no habrá un solo reflejo, olor, sonido o roce que no se haga siervo de los hombres, y que no haga suya la búsqueda del placer de las personas.

Tras un breve diálogo con las sombras, el sol vaticina que ya es la hora de dormir y suele esconderse en vasijas que cuelgan desde cada viga del casco histórico, procurando siempre mantener el aire del lugar tibio y liviano, y dejando escapar un suave brillo en caso de que algún hombre descuidado hubiese extraviado algo más que su tiempo en aquella boca de perlas.

Ya en la noche, la vida se redirige a sus plazas de greda, desde donde se observa como en ningún otro lugar del mundo a aquella gloriosa galería de astros y espíritus que parecen inclinarse infinitamente, logrando el fascinante efecto de rozar con sus mejillas la copa de una selva que ha vendido su alma por clavarse en el corazón de aquellos muros sin memoria. A la luz de los luceros, los ciudadanos comienzan sus festejos y beben agua en enormes cantidades hasta que se confundan los sentidos y caigan de improviso borrachos sobre la acera. Ahí es cuando se escuchan fabulosas óperas de la boca de aves que solo migran cuando han agotado su repertorio de música docta y cuando su público es incapaz ya de dar un solo aplauso.

Pasan las horas, llega la mañana, llega el calor y se diluye la densa niebla que brotaba desde cientos de alientos inconcientes, y se podrá apreciar también cómo, tras un suave terremoto, la ciudad esboza un renacer y las aves y los hombres y todo el mundo marcha religiosamente a sus hamacas de lino, esperando a que den nuevamente las cinco y el infierno en sus cabezas se apague o simplemente colapse con sus vidas.

1 comentario:

Fabio Neri dijo...

Buena descripción, tanto más si en alguna eventualidad me sirve de guía. Faltó un poco de trasfondo, quizás una metáfora (a lo mejor está, pero mis limitantes me dejan en evidencia), aunque no siempre es necesaria.


Se extrañan esos "12 COMENTARIOS": el trajín de los blogs cada día se vuelve más abyecto.
Un abrazo.