martes, 29 de mayo de 2007

Oda a la guitarra

Cambiando un poco lo que ha sido la tónica de mis posts en este blog, les entrego este poema un poco más "light", no tan existencialista, un poco más cuerdo. Lo escribí el año pasado, en honor al gran amor de mi vida: la guitarra.


Tú me entiendes,
Yo te entiendo,
Nos entendemos.
Y sólo espero quebrar,
Una vez más,
Tu silencio esquivo,
Tomarte por tu cuerpo pulido,
Del trabajo del lutier,
Tu madera sabia,
Frágil y precisa,
Tímidamente,
Mover cada uno de mis dedos,
Hacia el espacio indicado,
Presionar con justeza,
Sin dejar que tus cuerdas,
Se libren del suave contacto,
Con tu hermoso cuello,
Y sin dejar,
Que por mucha fuerza,
Lo dañen, se dañen,
Para así acariciarnos,
Yo tus cuerdas,
Tú mis dedos,
Y dejar escapar esa melodía,
Etérea, perfecta y ágil,
Que irá a volar,
Hacia sus oídos,
Irá a seducir su calma,
Irá a invitarla a mi lecho,
A lo más profundo de mi alma.
Y harás bailar a cada piedra,
Y suspirar a un auditorio de árboles,
Te ovacionarán las montañas,
Que al eco de tu canto,
Han cobijado.
Porque tú me entiendes,
Yo te entiendo,
Nos entendemos.

viernes, 25 de mayo de 2007

Entrevista.

Los dejo en entrevista exclusiva con...

Buenas tardes. Me creerás un loco, un ridículo trastorno en la perfección de tus planes, pero ya no quiero ser el Presidente de la Sociedad de Enamorados Que Jamás Serán Correspondidos (SEQJSC). Lo siento. También, estimo necesario abandonar mi cargo honorífico en el Senado de Alcohólicos Que Creen Ser Anónimos (sin siglas). Espero me entiendas. Hoy me desperté queriendo abandonarme, queriendo volver atrás en el camino, tomar otras bifurcaciones, elegir otros compañeros de viaje. En fin, es por esto que no es raro que quiera olvidarme de quién soy, de cómo soy, de porqué soy… ¿para donde voy? No es imprescindible ya que mi futuro no me lleva a ninguna parte.
Quiero nuevas oportunidades, nuevos talentos, nuevos escenarios y nuevos papeles. Nuevos cuadernos.
Quizás me habría gustado vivir en otra época y en otro continente: nacer en el Liverpool de los años cuarenta, estudiar en el colegio que congregaría a los futuros Beatles, ser amigo de infancia de George Harrison, llegar a la plenitud creativa, ser un pequeño dios.
No está nada de mal. Tómalo como un ejemplo. Estoy cansado de esta vida que me tiene como inmóvil espectador de su frágil existencia, como un poeta ante una hoja de cálculo o un notario frente a un papel en blanco. Me creerás un loco, lo sé. Pues se me ocurrió que tal vez yo tengo los mismos derechos que las otras almas a acceder a eso que llaman felicidad. No entiendo bien de que se trata, pero según lo que he leído, es mucho mejor que mi actual estado: incertidumbre ante cada peldaño de la vida, ansiedad ante cada segundo que pasa, y una sensibilidad que no es capaz de desarrollar resistencia alguna a los vaivenes del día a día.
Me cansé de mirar. Quiero hacer cosas. Quiero dejar este cuerpo inerte y cambiar a cada persona a mi alrededor. Quiero ser fundamental para el bienestar de mi entorno. Espera, aún no termino.
Así como renuncio a la presidencia del SEQJSC, me gustaría que alguna vez que me enamore, sea la otra persona la que tenga que vivir esas eternas horas vacías de vida, esa autoflagelación, ese infierno: la espera y la incertidumbre, sea ella quién se lleve la mayor parte de las dudas y yo la del cariño. Permítemelo, abre esa puerta en mi vida. No creo que sea tan difícil, sobre todo para alguien con tus facultades.
No quiero ser majadero, me creerás un loco, pero no estoy conforme conmigo mismo, me reconozco irremediablemente mediocre, y me avergüenzo de lo que fui, de lo que soy y de lo que seré. ¿No soy el primero?
Tal vez recordarás aquel poema que se le atribuye a Borges, en el que escribe las cosas que él haría si pudiese vivir de nuevo. Si, ya sé que ese poema es casi un cliché. Bueno, te pido lo mismo que ese supuesto Borges en sus letras, pero con toda una vida por delante. Llévame a trascender. ¿No se puede? Llévame de nuevo a la pureza del alma infantil. No, quiero ser blanco como un niño, pero no por eso dejar de lado los sabrosos misterios de la vida adulta. ¿Muy difícil? Ayúdame a encontrar un equilibrio entonces. ¿Me dices que es imposible lo que te pido? ¿Que debo vivir la vida que me tocó vivir, sufrir las penas que me tocó sufrir, olvidarme de la dicha? ¿Y qué, si te digo que me parece tremendamente injusto lo que dices? Ni amar he podido. Conozco la mayor parte de los sentimientos o conceptos agradables, gracias a la lectura y la televisión, por vivir vidas ajenas, por vivir de vidas ajenas, por mi alrededor. ¿No debo insistir más? ¿No hay vuelta atrás? ¿Que pase el siguiente? Quiero ser feliz. ¿Llamas a
seguridad…?! Quiero una nueva oportunidad, te lo imploro, un nuevo horizonte, un nuevo sueño. ¿Y estos hombres?¿Para qué son esas jeringas?¡¡Suéltenme!! ¡Quiero ser otro! ¡Déjenme, déjenme! Prefiero no ser entonces, ¡ahhhhgg! ¡En el cuello nooo! Cuidado… que duele. Ya no.
Prefiero…ser… (Nada).



jueves, 24 de mayo de 2007

La oscuridad y su mala influencia

Este poema, que escribí en Enero si no me equivoco, trata de adentrarse en el oscuro mundo de la noche, de los sueños, de los ojos cerrados, de los ojos que se quieren cerrar.

¿Acaso me temes?
El que no veas bien las cosas,
No significa que ya no estén.
O que te quieran comer.
Cierra los ojos.
Fúndete en la placentera muerte temporal.
Es tan tibia.
Olvídate de la ajetreada agenda semanal.
Te doy envidia.
Lánzate al ocaso,
Sin escudos,
Al desnudo
Sin armas ni ejércitos de ángeles,
Sin oraciones ni tiernos cuentos maternales.
Si cierras los ojos,
Algún día tendrán que abrirse,
Al menos en lo que a mi negocio respecta.
Duerme callada,
Acostada,
En tu cama,
Con la luz apagada,
Ponte el piyama,
Duerme.
Duerme.

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martes, 22 de mayo de 2007

Sábado

Este cuento lo escribí el año pasado. Hace algunos días, lo envié a un concurso, ojalá le vaya bien. Sin más, espero que sea de su gusto.

El inconfundible sonido de un vidrio roto los detuvo. Felipe se puso de pie y se ordenó un poco la ropa, no fuera a ser que le dijeran algún comentario mal pensado (y con toda razón) al respecto.
Se dispuso a salir de la pieza, pero antes le dijo a Camila que regresaría de inmediato, que sólo iría para poner un poco de orden en el piso de abajo. Ella asintió sin mayores problemas. Llevaban ya tres años de feliz pololeo, sin ningún sobresalto importante. Bajando las escaleras, Felipe se encontró con Nicolás y le pidió que por favor se quedara con Camila unos minutos y que vigilara que no entrara nadie a la pieza mientras él estaba en el piso de abajo, ordenando una fiesta que parecía irse de las manos. Y efectivamente, no fue menor la sorpresa para el
dueño de casa cuando se encontró con el desolador panorama: dos botellas de vino rotas en el suelo (las mismas que descorchaba su padre en ocasiones especiales), la mano llena de sangre de una Sofía demasiado borracha para darse cuenta que se estaba cortando, rodeada por una multitud de curiosos que poco y nada hacían para ayudarla, y el teléfono que sonaba estéril ante los oídos sordos de los invitados, seguramente desde hacia varios minutos.
Paralelamente al pequeño infierno que se vivía en el primer piso de la casa, Nicolás miraba a los ojos a la polola de su mejor amigo mientras le hacía cariños en el cuello, cariños que luego serían tímidos besos.
Contestó el teléfono, era la vecina, que amenazaba que si no bajaban la música, llamaría a Carabineros. Luego fue a atender a Sofía, dispersó con esfuerzo a la multitud morbosa y la llevó con ayuda de un desconocido a la cocina de la casa, donde le lavaron los numerosos cortes de la mano, que por suerte no eran tan profundos. Le puso un improvisado vendaje, le pidió al ya no desconocido Cristóbal que llamara a algún amigo o familiar de la accidentada para que la viniera a buscar y la llevara a algún hospital, dio una vuelta por todo el jardín para chequear que no hubieran más botellas de vino de la reserva de su padre rotas en el piso, ni amigas de la infancia borrachas bañándose en sangre, y se puso a subir la escalera. Luego de avanzar dos o tres peldaños, se dio cuenta que había olvidado bajar la música. Ya realizadas sus tareas de anfitrión, tomó un vaso de agua y subió al segundo piso.
Nicolás y Camila eran como uno solo. Se encontraban inmersos en una desordenada secuencia de besos apasionados, agarrones, toqueteos, más besos, botones desabrochados, vasos de roncola, camisas arrinconadas en el suelo, puertas sin pestillo...
Un Felipe atónito, seguido de un portazo, unos pasos que bajaban corriendo la escalera, otro portazo y al fin el chirrido de la goma sobre el pavimento seguido por el sonido de un motor que se alejaba de aquel lugar a toda velocidad, hicieron reaccionar a los traidores, que apenas se habían percatado de que alguien había descubierto su nido de mentiras.
Para Camila, fue el fin de una relación que parecía estar entrando en una fase de demasiado compromiso. Para Nicolás, fue el fin rotundo de una amistad de toda una vida. Para Felipe, fue el mundo entero que le dio la espalda un sábado por la noche.
Ha sido un día excelente – dijo para sí. Todo le había salido según los planes. El pedido de más Mausers de 9” había llegado a la hora presupuestada, las municiones de 22” aún no se acababan, pese a estarse terminando el período más fuerte de la temporada. Su señora lo había llamado esa mañana. Asistiría a la inauguración de una exposición de un joven pero popular artista en la azotea de la Torre CTC, donde, según lo que ella misma le había dicho, se reuniría toda la farándula artística de la capital.
Eran las siete de la tarde, cerraría la armería en diez o quince minutos, a lo sumo, cuando entró a la tienda un tipo de estatura media, con barba y el pelo hasta el cuello de la camisa, con el diario de la tarde bajo el brazo. El cliente preguntó por una Mágnum de 9”. Sí señor, se la traigo inmediatamente – dijo en respuesta. El cliente abrió con cuidado la caja de aluminio, parecía disfrutar del frío brillo del metal bien pulido. Preguntó por municiones. Enseguida, el dueño de la armería le entregó una caja con un centenar de balas. ¿Algo más? – preguntó éste. El precio que el hombre de la barba pagaría por la pistola y las balas, terminaría por redondear el mejor día de la temporada en la armería Dantés. El cliente dejó el diario sobre la mesa de la caja, parecía buscar la tarjeta de crédito en su billetera de cuero. Mientras procesaba la compra, el dueño del lugar leyó el titular del diario que su cliente había dejado sobre la mesa: Mujer cae desde azotea de rascacielos. No, no era posible, existen muchos otros edificios que abren la azotea para que la gente la visite. Siguió leyendo, desesperado. Mujer identificada como Camila Sepúlveda, murió tras caer desde la azotea de la Torre CTC, a las dos de la tarde. No lo podía creer. Mientras entraba en pánico, su corazón parecía acelerarse hasta el extremo, y una gruesa gota de sudor corría por su cuello, se dio cuenta que el cliente se estaba afeitando la barba tranquilamente enfrente de él. De pronto, reconoció en aquel rostro lampiño a un antiguo amigo. Felipe tomó la Mágnum y la cargó con dos balas, mientras Nicolás parecía estar cada vez más cerca de explotar. ¿Me recuerdas? –dijo, apuntándole el pecho con el arma recién adquirida. ¿Me recuerdas? –preguntó nuevamente. Seguido de esto, descargó dos tiros sobre la frente de Nicolás, tomó el diario salpicado de sangre, salió tranquilamente de la armería del hombre que le había arruinado la vida y se subió a su auto. Tomó el diario y despegó cuidadosamente el titular falso que había pegado en la primera plana de un diario de la tarde. Era un día sábado.

domingo, 20 de mayo de 2007

La resaca (otra vez, implacable)

A modo de inaugurar mi blog, les dejo este cuento que escribí ayer en la noche. Disfrútenlo.


Era un domingo por la mañana, cuando un látigo de luz encandiló con poca delicadeza unos ojos que se habían cerrado muertos, ya hacia varias horas. Y otra vez esa indescriptible sensación que se siente cuando se nos niega el descanso, cuando se le arrebata de un golpe la autoridad a la voluntad más poderosa de nuestro ser: el sueño. Masticando de mal humor tal sentimiento, apretó su almohada contra su cara, tratando evadir lo inevitable: debía levantarse. Ducharse. Tomar algo de desayuno, aunque el alcohol, aún presente en su sangre, no le perdonara su obvia deuda biológica por los servicios prestados la noche anterior. Vestirse bien. En un acto de resignación casi masoquista, de voluntades quebradas, se paró de un salto de aquella cama, en cuyas sábanas, gustoso se habría dejado envolver por el resto de la eternidad. Así era la realidad, el fin de semana, tan esperado, había terminado. Ahora le seguía esa hora de semi conciencia en la iglesia, seguida de la interminable salida del rito, sus padres y los infaltables y poco empáticos saludos a los conocidos, a los conocidos de los conocidos, al cura. Almuerzo con los abuelos, ¡qué alegría! (está siendo sarcástico, seguro) Nunca entendió cómo los discursos de su abuela podían incluso lograr que no se percatara de lo sabroso que estaba el banquete que había preparado su madre con tanto esmero. No podía ni mirar la fina botella de vino que su padre había traído a la mesa, enfrente de él ese olor de nuevo, le daba náuseas. Lo único rescatable de aquella patética situación era que nadie notaba su estado, lo mal que se sentía, nadie se percataba de su existencia. No debía hablar mucho y todo estaría bien. Y entre senadores corruptos, pastores evangélicos que parecían más santos que Dios, una juventud perdida que sólo sabía carretear y las ganas de que todo pasara lo más rápido posible, se había terminado el almuerzo y ellos se habían ido.
No es que no los quisiera, de hecho, su abuelo le caía muy bien, con su ácida mirada de las cosas y su inteligencia admirable, y a su abuela, igualmente la quería, a pesar de sus espasmódicos impulsos de convertir al cristianismo a todo lo que se moviera. En cualquier otra circunstancia todo habría sido distinto, podría haber participado, incluso podría haber contado algún chiste.
Ahora debía dormir una corta siesta, para luego comenzar a estudiar la prueba que tenía mañana lunes.
El fin de semana se había terminado: otra vez más quedaban en nada las ganas de trabajar del lunes, los sueños de amor del martes, que estaba seguro se concretarían el viernes, o cuando mucho el sábado, las dudas existenciales del miércoles, el proyecto de ir a andar en bicicleta en el fin de semana del jueves, las promesas borrachas del viernes por la noche, las promesas más borrachas aún del sábado por la noche…todo quedaba en la resaca del domingo, la expiación de todas sus culpas. Todo quedaba en nada. Otra semana perdida. Y no había nada que le hiciese creer que esta semana, que amenazaba con empezar, sería distinta en algo. ¿Qué podría cambiar? Estaba estancado en esta cruel secuencia desde que podía recordar. No, existieron días en los que la semana no transcurría en forma tan odiosamente ordenada, tan odiosamente calculada, que tan odiosamente lo mantenía empañando (y sin mucho éxito) los vidrios de su inalterable existencia. De todas maneras, no podía recordar cuándo fueron esos días, al menos no así, con la cabeza que quería explotar y destruir el mundo, con ese estómago que se pronunciaba en una polifónica sinfonía de dolorosos ruidos, con el sueño cortado en diez y siete partes, con los músculos cansados y desganados, con el ánimo en el suelo. Estaba cansado de terminar igual cada domingo, sintiéndose como un náufrago que pasó meses en una isla sólo, irremediablemente sólo. Cada plan, cada sueño que cruzaba su frágil mente, luego de pasar por un etéreo momento de máxima expectación, por un clímax tristemente imaginario, terminaba como él: destrozado, sin nada entre las manos, con una caña que no le dejaba tranquilo, con el amargo sabor de la derrota arraigado hasta lo más profundo del alma ¿Qué esperaba que sucediera entonces? ¿Qué debía cambiar en su vida para que esta volviera a tener un sentido claro? Quizás esperaba romper con la monotonía. Quizás esperaba que el próximo fin de semana sí fuera a andar en bicicleta con algún amigo. Quizás esperaba que ella se enamorara de él, de alguna forma mágica, impensable, milagrosa. Quizás esperaba que alguna vez, algún sueño trascendiera las barreras del imposible que le condenaban a morir. Quizás esperaba que Dios tomara el control de su vida.
Quizás podría haber esperado todo eso, pero antes, en otro tiempo. Ya no.
Ahora sólo podía esperar que se le pasara la resaca.