domingo, 21 de octubre de 2007

Cinco y un desaparecido

Otro cuento...

Con trabajo y alevosía me bajé de aquel auto y cerré la puerta, cuidando, quizás en forma desmesurada, de no arruinar la interpretación de mi personaje y su fingida sobriedad, eso si, antes me despedí efusivo de aquella alma caritativa que se había detenido en un semáforo lejano, sintiendo quizás compasión por mi pesado caminar nocturno y ofreciéndome acercarme un poco a mi casa. Gente como ella falta en este mundo, sobre todo a estas horas de la noche – pensé mientras caminaba los helados metros desde el puente a la vereda de Santa María, lugar que había seleccionado para esperar la milagrosa aparición de otra alma caritativa sobre cuatro ruedas. Hacía frío y yo había salido como si fuera una noche de verano. Iba a caer a la cama enfermo y me lo merecía.
Ya habiéndome instalado, si es que levantar mi brazo y mi pulgar derecho hacia la calle puede llamarse una instalación, pasó un meche, el cual, envuelto en una frenética carrera y haciendo sonar el motor al límite de sus revoluciones, dudo que se haya siquiera percatado de mi solitaria existencia. – Hijo de puta –pensé con rabia. Ojalá choques por andar así de copeteado y alumbrando tu súper auto último modelo. El auto en cuestión dobló en la siguiente esquina, frenando de súbito, y quemando la goma de sus poderosos neumáticos, aceleró raudo hasta que se perdió de vista. –Qué imbécil –dije entre balbuceos cuando no lo vi más.
Por espacio de unos veinte minutos no hubo auto, moto, camello, peatón o trineo que se asomara amistoso desde el puente hacia mi paradero, o al menos mis ojos… que a esas alturas se cerraban ya solos, pesados y en franca rebeldía hacia mis intenciones de llegar a dormir a mi querida cama y de no conformarme con el asilo de la fría vereda… mis ojos no percibieron movimiento de objetos por el estilo.
– Quizás me convenga caminar hacia mi casa nomás, total a este ritmo…No alcancé a terminar de pronunciar aquellas palabras cuando aparecieron de la nada dos luces amarillas y un bocinazo que casi me bota de espaldas al piso.
– ¡Súbete huevón! –se escuchó una voz familiar mientras se bajaba el vidrio de la ventana del auto. Atiné a dar una fugaz inspección al auto y sus ocupantes: estaba lleno, a lo que rápidamente se apretaron un poco y me hicieron un espacio en la fila de atrás. Al fin me subí y cerré la puerta en forma algo estrepitosa; esta vez no pretendía fingir sobriedad. –Toño, ¿qué haciaí parado ahí a esta hora? –vociferó Pancho, casi imperceptible entre los gritos de los demás y el volumen altísimo de la música. – ¡Tení una suerte impresionante huevón! –agregó desde el asiento del copiloto su hermano. –Sí, es verdad… gracias por parar, en serio se pasaron. –fue lo único que se me ocurrió responder. – ¿Vai pa’ tu casa no? –preguntó Pancho. Asentí con la mirada. Quién lo diría, los hermanos Nuñez me habían rescatado de una caminata de pronóstico incierto, y por enésima vez me llevaban a mi casa.
– Pa…parece que alguien me quiere vivo y me cuida caleta –dije por decir algo. – No seai mamón huevón –respondió el mayor de los Nuñez. Esta vez opté por el silencio y simplemente dejé la mente en blanco.
– Hace calor acá adentro –dijo alguien. En la radio del auto sonaban los Doors y el auto avanzaba bastante más ágil de lo que me hubiera gustado, cuadra tras cuadra, entre carcajadas, bromas y pura jovialidad. …La cagó pa’ estar buena esa mina, la Feña…sí huevón te juro que la próxima vez que la vea me la agarro. Vo po’, al que le va mejor con las minas…demás huevón, si te la jugai… –dije como por inercia... y entre carcajadas, cada cahuín y pura jovialidad, llegamos al cruce de mi calle con Santa María. Dije que mejor me bajaba ahí, entre carcajadas, que mi casa quedaba muy cerca y que el camino hacia Lo Barnechea por mi calle era un poco más largo que si seguían derecho. –Tú estai loco que te vamos a dejar sólo así como estai… ay si no estoy tan mal huevón, con suerte, un poco más borracho que tú… quién sabe si te violan en la esquina y ni te dai cuenta. Mira que estos barrios son re peligrosos, dijo alguien irónico, posiblemente yo. Y entre carcajadas…te llevamos a tu casa.
– De nuevo gracias cabros. Les debo un favor.
Cuando llegamos a mi casa me bajé del auto tranquilamente, les di las gracias por novena vez y miré cómo el auto que había salvado mi noche y quién sabe si algo más, se alejaba trepando por la Gran Vía hacia Lo Barnechea, hasta que pasó la curva y no los vi más. – Uy…que lata, se me quedó la chaqueta en el auto, puta madre tenía la billetera ahí…bueno me la pasará Pancho el lunes. Y de nuevo estaba ahí, esa satisfacción, esa sensación que había soñado durante horas, mi cama al frente mío y yo dentro de ella, dejando atrás el ruido, la calle, el frío y la maldita vereda una vez más…¡anda más lento huevón que puede venir un auto en contra y nos vai a matar a todos! Me sumergí gustoso en la muerte del sueño, en el juego de apagar la vida por algunas horas. Venga la amnesia, era lo mejor que me podía pasar en este momento…– ¡Fele! ¡Fele responde! ¡Pancho! ¡Germán! ¡Despierta imbécil! Mierda, no pueden hacer esto, ¡no huevón aguanten! ¿Qué hago? ¡Mi cabeza!... El confort corría como un tibio licor por mis venas hacia los rincones más olvidados de mi cuerpo, hasta que terminó por embriagarme y sucumbí feliz.
…¿Viste las noticias? ¿Lo del accidente en la Gran Vía? Sí. Un mercedez contra un 206. Qué pena más grande, y tan jóvenes los chiquillos. Qué tontera, matarse por el carrete, el trago y la imprudencia. Sí, fueron cinco y un desaparecido. Y fue acá, pasada la curva. Ay que miedo me da por el Toño, cuando sale en la noche, no tengo idea cómo se vuelve. No es tan idiota, se volverá en taxi, siempre anda con plata, o por último él sabe que nos puede llamar. Sí, tienes razón. Hablemos en la cocina que podemos despertarlo…

sábado, 6 de octubre de 2007

Para andar en bicicleta

En honor a Cortázar y su célebre Manual de instrucciones, les dejo este pequeño manual explicativo para andar en bicicleta, en una ciudad ajena y hóstil para los dos pedales como lo es Santiago.


La verdad sea dicha y es que a la hora de moverme de un lugar a otro, por ponerte un ejemplo, de mi casa al mercado o de la iglesia al bar, prefiero confiar ciegamente en mi bicicleta, antes que en el azar de las calles y la buena voluntad de algún conductor, o que en alguna desvencijada y atochada micro, que pasan tarde, mal y nunca, y te ligan inexorablemente al humor tropical y folclórico del conductor. Prefiero la bicicleta, que corre rauda a todo el poder de mis piernas, burla ágil cada obstáculo, crece mi cuerpo, llora la piel, grita la herida dolorosa cuando me caigo, por fortuna, algo que no pasa muy seguido.
Para andar en bicicleta, primero debes mentalizarte y olvidar cualquier idea previa que pudieras tener sobre el manejo de este móvil. La bicicleta no requiere de un equilibrio excepcional, sólo de un poco de confianza en velocidad al partir, mientras empujas con infantil entusiasmo esos pedales hacia delante y abajo, y acompañas su suave rodeo con tus piernas en continuo pedaleo, casi siempre de pie. Una vez dominada la difícil técnica de partida, y superada la emoción de los primeros metros, se debe proceder a estabilizar el móvil. Esto se hace balanceando el peso del cuerpo hacia atrás de tal manera que el trasero tope, esto sin gran escándalo, y se pose lo más cómodo posible sobre el asiento, de manera que la pierna izquierda quede a la izquierda del asiento y la derecha a la derecha de este. Otra posición de las piernas en relación con el asiento puede complicar en demasía el pedaleo. Otro detalle a considerar a la hora que se busque mantener un pedaleo estable es encasillar la vista fija hacia delante y en el camino o ruta a seguir, ya que distraerla de esta por esos hermosos y perfectos senos que trotan rítmicos acercándose hacia ti, puede traer nefastas consecuencias como lo es la imperiosa caída por que no viste ese árbol, ese niño, ese triciclo, esa suegra, ese abogado, ese zapato, ese chamán que pasaba quizás tan distraído como tú por el camino que pretendías seguir.
Para que la bicicleta cumpla su objetivo en forma íntegra, el de transportar, y pase a ser algo más que un simple obstáculo visual para los automovilistas, es necesario seguir hasta el final la ruta a destino, con todos sus vaivenes, dobleces, vueltas mortales y acantilados, esto sin dejar de pedalear por espacios de tiempo demasiado prolongados en relación con la pendiente del camino, para que la bicicleta no se detenga, y con esta el movimiento y traslado de tu cuerpo hacia el lugar de destino. Por ahora sigue pedaleando y no te distraigas mucho. Una vez que pasadas varias cuadras, te sientas todo un hábil conductor y que establezcas contacto visual con tu destino, debes apretar los frenos (esas manillas sobre el manubrio) suavemente, cuidando de no presionar solamente el del lado izquierdo, lo que conllevaría a una posible caída de bruces (de lo más estrepitosa) en los más variables suelos y terrenos y la adquisición definitiva de ese miedo característico de quienes fallaron en el intento por aprender a controlar sus corceles y de ese respeto excesivo por la bicicleta y sus bondades, lo que te alejaría de ella, sino es por el resto de tu vida, por un buen tiempo, hasta que sientes cabeza y te des cuenta que no es socialmente aceptable no saber andar en bicicleta, no tener una linda y colorida en la casa guardada y no sacar el auto cada vez que quieras salir, aunque sea por dos cuadras.